14 de marzo de 2015

Realizar la verdad


Evangelio de Juan 3, 14-21

En aquel tiempo, dijo Jesús a Nicodemo: “Lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del Hombre, para que todo el que cree en él tenga vida eterna. Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único, para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna. Porque Dios no mandó a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por él. El que cree en él, no será condenado; el que no cree, ya está condenado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios. Ésta es la causa de la condenación: que la luz vino al mundo, y los hombres prefirieron la tiniebla a la luz, porque sus obras eran malas. Pues todo el que obra perversamente detesta la luz, y no se acerca a la luz, para no verse acusado por sus obras. En cambio, el que realiza la verdad se acerca a la luz, para que se vea que sus obras están hechas según Dios”.


Mosaico absidal SXII Basílica sup. de San Clemente en Roma. El simbolismo del árbol asociado a la tradición de la Cruz, de su base sale una mata de hojas de acanto que da origen a espirales que ocupan la semiesfera, a sus pies los 4 rios del Paraiso.
                                    Mosaico absidal, Basílica de San Clemente, Roma


En el camino de vuelta a Casa, anhelo vertical del que pocas veces somos conscientes, hemos de estar siempre dispuestos a soltar todo lo que nos condiciona y nos mantiene en el mundo, del que no somos, alejados de la Luz esencial.

Si nos resistimos a morir a las tinieblas del ego y sus obras de distorsión y ceguera, no podemos nacer por segunda vez. Pero, si uno se observa y se cuestiona a sí mismo, empieza a ver sus programas inconscientes, sus inercias, esa lógica absurda de divergencia y separación que le ha impedido ser libre, feliz, real, Ser.

Entonces, va aprendiendo que, para nacer de agua y espíritu, como dijo Jesús a Nicodemo, ha de aprender las cualidades del agua y del espíritu: transparencia, libertad, flexibilidad, ductilidad... Ante la tormenta –y casi todo es tormenta en este desdoblamiento de entidades virtuales, mentira y caos – es más fuerte el junco humilde, que se inclina, que el orgulloso, rígido roble.

En los niveles que la comprensión del ser humano puede alcanzar en este mundo, la verdad es paradójica. Antes de llegar donde ni ojo vio ni oído oyó, nos movemos en lo limitado. El lenguaje mismo es puro límite. Las categorías mentales son incapaces de alcanzar lo inefable, lo absoluto. Por eso Jesucristo nos guía hacia la Verdad, una, eterna, inamovible, que es Él mismo. Es la Verdad la que nos ilumina y nos hace libres, y cuando somos libres no hay contradicción.

No se trata de ser cambiante, veleta o inseguro, los valores y los principios esenciales son necesarios, pero siempre hacia la Luz, nunca en referencia al mundo y sus vanidades o a nosotros mismos y las nuestras. El auténtico y bienaventurado pobre de espíritu ha de estar dispuesto a renunciar a sí mismo, a vencerse y doblegarse, a morir a sí mismo, a las tinieblas de lo que no somos, para poder decir como San Pablo: "vivo, pero no soy yo, sino Cristo que vive en mí".

Con esa voluntad de renunciar a lo falso y lo temporal, a todo lo que nos mantiene en  las tinieblas del olvido, la inconsciencia y la ignorancia, somos capaces de conectar con la Esencia, la Verdad que hace libre. Y las contradicciones o distancias aparentes se esfuman ante la Luz, como desaparece la bruma cuando el sol la ilumina. De ahí que Bede Griffiths, el benedictino que sintió la llamada de la India y comprendió que Dios es el mismo para el cristiano, para el budista, para el hindú…, pudiera decir con alegría transparente, al final de su larga vida:

“Cuando exclamo “Señor Jesucristo, Hijo de Dios”, pienso en Jesús como el Verbo de Dios, que abarca el cielo y la tierra y se revela a toda la humanidad en modos distintos y con distintos nombres y formas. Yo considero que su Palabra ilumina a todos los que vienen a este mundo, y aunque es posible que no se reconozca así, está presente en todo ser humano en las profundidades de sus almas. Más allá de palabras y pensamientos, más allá de señales y símbolos, este Verbo habla en secreto en todos los corazones en todo tiempo y lugar. Creo que el Verbo se encarnó en Jesús de Nazaret y que en él podemos encontrar una forma personal del Verbo a quien rezar y en quien confiar.”

William Johnston celebra y apoya esta comprensión: “Desde el principio de los tiempos el Verbo ha estado iluminando a todos los que nacen en el mundo. Podemos rezar íntimamente al Jesús que anduvo por el mar de Galilea y que murió en la cruz, al mismo tiempo que creemos por la fe que el mismo Jesús, cósmico y glorificado, se le revela a todos los hombres y mujeres que han existido o existirán. Ésta es la grandeza de la unión mística con Cristo, el Verbo encarnado.

Apostemos por la coherencia, que las obras respondan a lo que hay en el corazón. No hacen falta gestos heroicos o evidentes; es tan sutil como reconocer el Origen, la Esencia donde somos, y soltar, enfocarnos hacia Él en vertical, anhelando esa Comunión que nace del Amor y genera más Amor.

Integremos las sombras, convirtiéndolas en luz y todo será luminoso, justo y limpio, ligero y libre dentro y fuera. Eso es realizar la verdad, acercarse a fieles a la Luz que es nuestra guía y nuestra meta, hasta descubrir que no solo está allá arriba, a lo lejos sino también dentro en el centro desde donde nos eleva, nos iza, nos real-iza.

Hace unos días, intentando espabilar a mi lado más tibio, me sumergí en el inquietante libro de Charles Arminjon, El fin del mundo y los misterios de la vida futura, donde leí:

“¡Pobres almas! No tienen más que una pasión, un afán, un deseo, superar el obstáculo que les impide lanzarse hacia Dios, que les llama y les atrae con toda la fuerza de su belleza, de su misericordia y de su amor sin límites. (…) Es imprescindible que sean echadas a un crisol devorador, para que se desprendan de la herrumbre de las imperfecciones humanas, para que, a semejanza del carbón negro y vil, salgan con la forma de un diamante precioso y transparente; es necesario que su ser se haga sutil, se depure de cualquier resto de sombras y de tinieblas, que se vuelva apto para recibir sin obstáculos los rayos y los esplendores de la gloria divina que, fluyendo un día a ellas a borbotones, las llenará como a un río sin orillas y sin fondo.”

Y sentí que la Meta es vivir ya esa pureza, esa gloria, ese arrobamiento que nos causa el fuego de Su amor. Es desechar ya todo lo que nos aparta de ese amor puro e inmenso que brota del corazón cuando el Verbo encarnado ocupa su centro, y desde ahí nos eleva. La Jerusalén celeste ya, aquí, en una tierra renovada. Él te llama y te atrae con toda la fuerza de Su belleza, Su misericordia y Su amor sin límites.
¡Todo está a la vista! El Reino de los cielos está aquí. Jesucristo Es, y eso es mucho más que estar aquí o allí. Es otro nivel, otra cualidad, otra sutileza. Y yo soy, tú eres, somos cuando Le entregamos todo y nos entregamos por completo a Él.






A cambio del árbol que provocó la muerte,
crecido en medio del Paraíso,
llevaste sobre los hombros el árbol de la Cruz,
hasta el lugar llamado Gólgota.

Alivia mi alma, derribada en el pecado
y que lleva una carga tan pesada;
alíviala gracias al "yugo suave"
y gracias a la "carga ligera" de la Cruz.

El viernes, a las tres,
el día en que el primer hombre fue seducido,
fuiste clavado, Señor, sobre el madero,
al mismo tiempo que el ladrón criminal.

Tus manos, que habían creado la tierra,
las extendiste sobre la Cruz,
a cambio de las manos de Adán y de Eva que se habían extendido
hacia el árbol donde habían recogido la muerte.

Yo que pequé como ellos,
e incluso los sobrepasé…,
perdóname mi delito
como a ellos en la región en donde la esperanza está desterrada.

Subiste sobre la Santa Cruz,
eliminaste la transgresión de los hombres;
y al enemigo de nuestra naturaleza
lo clavaste allí.

Fortifícame bajo la protección
de este santo signo, siempre vencedor,
y cuando se levante en Oriente,
ilumíname con su luz.

Al ladrón que estaba a tu derecha
abriste la puerta del Paraíso;
acuérdate también de mi cuando vuelvas
con la realeza de tu Padre.

Que también yo pueda escuchar
la respuesta que hace exultar:
“¡hoy, estarás conmigo en el Edén,
en tu primera patria!"

 
                                                                      San Nersés Snorhali


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