28 de marzo de 2015

Via Crucis, Via Lucis, Via Amoris


Semana Santa, días de recordar de nuevo que somos polvo, pero polvo de estrellas, llamados desde el barro a la Luz por Aquel que, al ser elevado sobre la tierra, nos eleva con Él.
 
Voy a recuperar textos del año pasado, porque necesito silencio y quietud para poder vivirlo conectada con la Jerusalén Celeste, Pascua eterna. Por eso voy a intentar liberarme de ordenadores, móviles, televisores, compromisos que no sean esenciales, de la Esencia, cumplimiento de Promesa. 
 
Escojo la wifi verdadera, la conexión esencial, para adentrarme como nunca, como siempre, como ahora, en el Misterio. Para esto ha venido, he venido, hemos venido….Para seguirle en la Cruz, y de ella a la Luz: Resurrección que ya somos.

Esa es la Obra, el Retorno a la Casa del Padre, entregándolo todo: los viejos mundos, las viejas lógicas, los paradigmas que ya no sirven… Grano de trigo que muere para dar fruto, morir a sí mismo para renacer al Sí Mismo. Más allá de la experiencia, más allá de la existencia, más allá de la mente y sus dictados y mentiras, más allá de la energía de aquí abajo, que solo conduce a vidas que se agotan en sí mismas…

Vivir la Pasión, ser Él, morir con Él para resucitar con Él… Sí, es la Meta desde que recuerdo...; pero antes, miremos a las mujeres de la Pasión y la Resurrección… Que Él haga en ti, en mí, en nosotros lo que en ellas, de los siete demonios, el colmo de la distorsión, a la torsión suprema: ser en Él. Miremos a María Magdalena, la conversión por amor, y a todas las demás, espejos, ecos...: Verónica, Juana de Cusa, María de Santiago… Hasta Ziborea, la madre de Judas, de la que Khalil Gibran hace un precioso, dolorido, esperanzado semblante.

Antes de Ser alter Christus, tenemos que ser discípulos, apóstoles… Mirémonos otra vez en ellas, en su sufrimiento sereno y esperanzado, su aceptación, su entrega, y dejemos que la Madre inspire, guíe, acompañe. Porque, además de Madre, fue mujer, con el corazón atravesado por espadas de angustia.



 

La mujer humilde y valiente, fuerte y dócil, clara y misteriosa. Sin ella no hay Hijo que muera ni Hijo que resucite… Oh Piedad, en el regazo del dolor y la esperanza ponemos hoy nuestras vidas; centro perfecto desde donde elevarnos a la Vida que no acaba. Antes de intentar ser otro Cristo, mirarle a Él como Le miraban ellas, solo a Él, sin otros señores, sin otros salvadores. Seguirle es verle, mirarle, reconocerlo a cada instante. Pongamos en Su Cruz todo: los pecados, los errores, los olvidos, las ausencias, recordando que un Dios crucificado por Amor salva y que, como dice San Pablo, nosotros predicamos a Cristo crucificado, fuerza de Dios, sabiduría de Dios.
 
 


Este año como nunca, como siempre, como ahora, como Hoy, a vivirlo desde el centro de la cruz, dejando en Él nuestra nada, nuestra miseria, muriendo con Él para resucitar en Él. Iremos recuperando textos del año pasado, por si en algún momento necesitamos más inspiración que la que da cada día, cada hora si la vivimos aquí y ahora, sin pasado, sin futuro, sin creencias, sin programas, sin condicionamientos…

Porque cada día Él muere y resucita, y nosotros con Él. Lo he recordado en estos días de gracia vividos en un hospital, uno de los muchos escenarios donde hoy se escenifican Via Crucis de carne y sangre, sudor y lágrimas. Largos pasillos de asombro y esperanza, llenos de habitaciones donde yacen Cristos rotos, como diría Ramón Cue, caminando todos hacia la Cruz que es antesala de la Luz: Via Crucis, Via Lucis, Via Amoris.

Cruces de muchos tamaños y pesos, algunas tan ásperas que su solo tacto araña y desgarra. Una, dos, tres caídas…, todas las caídas del mundo… Angustia, estupor, Verónicas que enjugan rostros doloridos con su mirada serena, sin saber que su consuelo es milagroso y graba, conserva, hace eterno cada gesto de amor… Ascensores llenos que siempre tardan, donde suben y bajan y suben mujeres de Jerusalén que ya no lloran por Él, pues saben (aunque aún no saben  que saben) que han de llorar por ellas mismas, porque el llanto es siempre por uno mismo. Marías que esperan desoladas a la puerta de un sepulcro, mientras la noche se retira para dar paso al alba de la Resurrección.

 

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