6 de febrero de 2016

De pecador a peScador


Evangelio de Lucas 5, 1-11
En aquel tiempo, la gente se agolpaba alrededor de Jesús para oír la Palabra de Dios, estando él a orillas del lago de Genesaret. Vio dos barcas que estaban junto a la orilla; los pescadores habían desembarcado y estaban lavando las redes. Subió a una de las barcas, la de Simón, y le pidió que la apartara un poco de tierra. Desde la barca, sentado, enseñaba a la gente. Cuando acabó de hablar, dijo a Simón: “Rema mar adentro, y echad las redes para pescar”. Simón contestó: “Maestro, nos hemos pasado la noche bregando y no hemos sacado nada; pero, por tu palabra, echaré las redes”. Y, puestos a la obra, hicieron una redada de peces tan grande que reventaba la red. Hicieron señas a los socios de la otra barca, para que vinieran a echarles una mano. Se acercaron ellos y llenaron las dos barcas, que casi se hundían. Al ver esto, Simón Pedro se arrojó a los pies de Jesús, diciendo: “Apártate de mí, Señor, que soy un pecador”. Y es que el asombro se había apoderado de él y de los que estaban con él, al ver la redada de peces que habían cogido; y lo mismo les pasaba a Santiago y Juan, hijos de Zebedeo, que eran compañeros de Simón. Jesús dijo a Simón: “No temas; desde ahora, serás pescador de hombres”. Ellos sacaron las barcas a tierra y, dejándolo todo, lo siguieron.  

                                                           La pesca milagrosa, Rafael


Sí, estoy segura de que aunque tuviera sobre la conciencia todos los pecados que puedan cometerse, iría, con el corazón roto por el arrepentimiento, a arrojarme en los brazos de Jesús, porque sé muy bien cuánto ama al hijo pródigo que vuelve a él. Dios, en su misericordia preveniente, ha preservado a mi alma del pecado mortal; pero no es eso lo que me eleva a él, sino la confianza y el amor.
                                                                                              Santa Teresa de Lisieux


Pecador y pescador, una sola letra, la “S”, marca la diferencia. Cuántas veces habré leído este pasaje, sin reparar en un detalle tan significativo… Es lo que tiene el Evangelio, que es Enseñanza viviente, Palabra viva, con infinitos matices, caleidoscopio sagrado para leer, contemplar y vivir hasta el final. Sin reconocernos como “pecadores”, no podemos ser “pescadores” ni asumir la misión que cada uno tiene que cumplir.

Para que Pedro se declare pecador, en esta escena de la pesca milagrosa, ha tenido que ver con sus ojos el poder del Señor. A algunos no les hacen falta milagros evidentes para Ver. Tienen la mirada interior, la verdadera, purificada, como el anciano Simeón, que evocábamos el martes en la festividad de la Presentación del Señor. Le bastó ver a un bebé para reconocerlo como el Salvador, luz del mundo.

Ajustemos la mirada interior, enfoquemos bien para ver el poder de Dios en lo cotidiano, sin esperar prodigios ostentosos. Imitemos a Simeón, vivamos cada día la fiesta de la Candelaria porque hayamos logrado purificarnos y encender la vela que guarda cada corazón.
De pecador a pescador por el Amor. La “S”, letra 20 del alfabeto, el 2 es el plano emocional en muchas tradiciones. De la e-moción, energía en movimiento, al Sentimiento, permanente, duradero, perpetuum mobile. Centro espiritual superior que hace posible la misericordia que aprendemos a vivir y practicar, a recibir para dar, en este Año de Gracia.

Los pecadores en cada uno de nosotros son los mismos que quieren acabar con Jesús, como veíamos el domingo pasado, la sangre de Caín que corre por nuestras venas hasta el final de los tiempos. Y los pescadores somos los que hemos descubierto que el Caín que llevamos dentro es un pobre hombre, lleno de miedo, y le hemos perdonado, porque sabemos que el que perdona, el único Santo, ya le ha perdonado. Seguimos sintiendo su latido cainita, pero reconocerlo y asumir la propia debilidad nos hace fuertes (2 Cor, 12, 9). Porque si no asumimos al pecador que somos, no hay más que buenismo, pose, falsedad…
Dios sale para justos y pecadores (Mateo 5, 45), dice el Maestro; para el justo y el pecador que soy, que eres, que somos. Y también dice: que no se pierda ninguno de estos (Juan, 6, 39, Mateo, 18, 14, 2 Pedro 3, 9) Y tras la multiplicación de los panes y los peces: recoged las sobras (Juan 6, 12). Nada sobra, todo a la red, que no se pierda nada, que todo se convierta en semilla para el Reino.
Para ver todo y que no se pierda nada ni nadie, conviene entrenarse, y una forma de ejercitar la mirada consiste en no esperar lo espectacular, la liberación evidente e inmediata de cualquier aflicción, el alivio instantáneo de los sufrimientos. El triunfo de Cristo, que es el nuestro, va por dentro, por detrás del fracaso, de la aflicción aparentemente injustificada o absurda. Como en los dolores de parto, el sufrimiento está, pero la Vida trabaja desde dentro, para dar más vida… Todo es a la vez; la Cruz y la Resurrección, el dolor y la alegría, el sufrimiento y el consuelo, la adversidad y la bendición.
El sufrimiento es del mundo, del que no somos. Lo asumimos, lo integramos y recordamos que, aunque estamos en el mundo, nuestra esencia habita ya en lo Real, porque Él nos elevó consigo, cuando la Cruz fue izada sobre la tierra.

De la emoción al Sentimiento, he ahí una clave para no perder el Norte. Puedo empezar por discernir en qué pongo emoción, pasión, energía en movimiento... Entonces descubro que la mayoría de mis emociones me mantienen recluida en un mundo falso, condenado a desaparecer. Liberarse es posible, recordando que ya fuimos liberados y que podemos sentir, vivir, experimentar el Amor.

Es la única historia de amor que nos realiza. Porque la verdadera fe, como la del anciano Simeón, es amor y, por eso, al encontrar la fe, San Agustín canta: Tarde te amé, hermosura, siempre antigua y siempre nueva, tarde te amé…

Dice Domenico Douady: Solo en una historia de amor el hombre cree aquello que no ve. Deja de creer en lo que ves, ama, cree lo que no ves. Es lo real, lo único por lo que puedes dar la vida. Jesús dio la vida, murió por nuestros pecados, lo dice la segunda lectura de hoy (1 Corintios 15, 1-11). ¿Nos damos cuenta de lo que esto significa?

Es hora de soltar todo y dejar todo para seguirle. Dejar hasta el victimismo del pecador que nos impide ser pescador. El miedo, que es también ceguera, nos hace vivir como pecadores. La conversión que produce el sabernos salvados es mucho más fuerte que la vergüenza y el remordimiento, y nos da el valor para decir como la primera lectura de hoy: Aquí estoy, mándame (Isaías 6, 1-2a.3-8). Es la confianza la que nos fortalece; dejamos de recrearnos en las faltas y las convertimos en abono para la vid que va a dar fruto o en combustible para el viaje de retorno a Casa.

Es una doble mirada: la del que se atreve a ver su pecado, porque recibe la gracia de verlo, y la del Señor sobre el pecador, transfigurándolo, transmutándolo, ayudándole a ver, sosteniéndole. El único Justo nos salva. Se trata de reconocerlo, viéndolo y dejando que Él nos vea. Mirar y ser mirados, cruce de miradas que transforma de pecador en pescador, con esa “S”, que es mucho más que una letra, es la figura del Crucificado sobre la Cruz, el cuerpo de hombre encarnado por amor que asciende para que ascendamos. Miremos tantos Crucificados que dibujan esa “S” de Salvación. Al mirarlos y aceptar la Salvación, completamos lo que le falta a la “S” para formar el signo de infinito vertical. “S” de Salvación, “S” de Serviam, que unifica voluntades y nos hace Uno. Mirada poética de este hallazgo en www.diasdegracia.blogspot.com .

Vuelvo a contemplar hoy el Cristo crucificado de la Capilla de San Ginés, donde se me concede la gracia de vivir tantos instantes eternos. Uno de esos lugares donde se puede experimentar ya el Cielo en la tierra.
 
           Capilla del Santísimo Cristo de la Redención, Iglesia de San Ginés, Madrid

En la foto no se ve, pero en la cúpula aparece la imagen del Resucitado. "S" completa, infinito vertical completo cuando ves esa "S" salvadora y la aceptas.
 

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