Evangelio de Lucas 7, 11-17
En aquel tiempo, iba Jesús camino de
una ciudad llamada Naín, e iban con él sus discípulos y mucho gentío. Cuando se
acercaba a la entrada de la ciudad, resultó que sacaban a enterrar a un muerto,
hijo único de su madre, que era viuda; y un gentío considerable de la ciudad la
acompañaba. Al verla el Señor, se compadeció de ella y le dijo: “No llores”. Y
acercándose al ataúd, lo tocó (los que lo llevaban se pararon) y dijo:
“¡Muchacho, a ti te lo digo, levántate!” El muerto se incorporó y empezó a
hablar, y Jesús se lo entregó a su madre. Todos, sobrecogidos de temor, daban gloria
a Dios, diciendo: “Un gran profeta ha surgido entre nosotros”, y “Dios ha
visitado a su pueblo”. Este hecho se divulgó por toda Judea y por toda la
comarca circundante.
Pasó un Resucitador por el mundo y
nació en el mundo una esperanza más grande que todos los siglos; la cual no
morirá. Uno que ya no tenía esperanza ha escrito: “Jesús es simplemente la
esperanza más grande que ha pasado por la Humanidad…”
Oh Renán, escucha: No ha pasado.
L. Castellani
Isaías 54, 1
Esta
mujer de Naín, una pequeña aldea entre Nazaret y Cafarnaún, ha sido golpeada dos
veces por la muerte. La primera, con la pérdida del esposo; la segunda, con la
del hijo único. Por eso llora con profunda tristeza; nunca se está tan solo
como ante el dolor; y esta mujer está inmensamente sola.
Quien
ha asistido al velatorio, entierro o funeral de un niño o un joven, y ha mirado el rostro
de la madre, sabe que no hay sufrimiento comparable. Es un dolor que casi
siempre se acerca a la locura, pues esa madre, aún atónita, está viva y muerta
a la vez.
La
viuda de Naín es “la madre”, todas las madres que han vivido la muerte de un
hijo y un día lo recobrarán. Ha perdido todo lo que ama. ¿Cómo ve el mundo a
través de ese velo oscuro de dolor? ¿Cómo siente el corazón, desgarrado hasta
el grito imposible? ¿Cómo mira a las plañideras que lloran y gesticulan lo que
ella es incapaz de expresar, bloqueada por la losa de la angustia?
Acompañan el cortejo fúnebre todos los
vecinos de la aldea. Jesús no pregunta nada, se conmueve en las entrañas (esa
es la traducción más literal) ante un dolor tan intenso, un vacío tan
clamoroso, y decide remediarlo. Su compasión no es como la nuestra en estas
situaciones, casi siempre azorada e impotente; la Suya es creadora y eficaz. Detiene a la triste comitiva y, con la autoridad que
solo de Él emana, se dirige a la madre: “No llores”, e inmediatamente toca
la camilla, más que ataúd, porque en aquella época y aquellas regiones, los cadáveres
se llevaban en una especie de camillas, envueltos en sudarios. Tocarlo era por eso casi
profanarlo y suponía, además, transgredir la ley judía sobre la impureza, al entrar en contacto con un muerto.
Muchos habrían dicho a la pobre madre que
no llorara, pero nadie había hecho ese gesto de acercarse tanto
al difunto. ¿Qué querrá ese rabbí? Pero antes de que les dé tiempo a
preguntárselo, o incluso a indignarse ante tal atrevimiento contrario a los preceptos religiosos, Jesús se dirige al muerto: “¡Muchacho, a ti te
lo digo, levántate!”
Como cuando se dirige a la hija de Jairo o a Lázaro, o al paralítico, al ciego, a los leprosos…, Jesús nos está hablando, curando, resucitando a todos y cada uno de nosotros, porque el Evangelio no es una crónica, sino palabra viva, siempre actual, de Aquel que es la Palabra.
Como cuando se dirige a la hija de Jairo o a Lázaro, o al paralítico, al ciego, a los leprosos…, Jesús nos está hablando, curando, resucitando a todos y cada uno de nosotros, porque el Evangelio no es una crónica, sino palabra viva, siempre actual, de Aquel que es la Palabra.
Ya lo dice San
Pablo, refiriéndose a los muertos espirituales que tantas veces somos: “Levántate,
tú que duermes, y Cristo será tu luz” (Ef 5,14). Y San Agustín no deja lugar a
dudas: “Ciertamente, todo hombre tiene ojos para ver resucitar a los muertos.
Pero no todos pueden ver resucitar a los hombres que están muertos
espiritualmente. Para ello hay que haber resucitado interiormente. Es una obra
mayor resucitar a un hombre para que viva por siempre, que resucitar a alguien para
que vuelva a morir más tarde."
Luego, sigue el Evangelio, se lo entrega a
su madre. No es suficiente que una mujer dé a luz para que sea madre, al
igual que se puede ser madre sin dar a luz. Ahora sí que es su hijo; el dolor y
Jesús lo han hecho suyo. Por eso se lo devuelve, porque ha vuelto a dar a luz
con el sufrimiento más hondo.
Jesús nunca quiso hacer milagros
como un fin en sí mismo. Cada signo, cada prodigio, cada curación, incluso las resurrecciones, son la parte
visible de una realidad mucho más profunda y trascendente.
Todos nos identificamos en algún
momento con la viuda de Naín, la más descarnada imagen del dolor.
Sola y desprotegida para siempre en un mundo que rechaza a las viudas, y más si pierden a su
único hijo: el colmo de la desolación. Con tan tremendo castigo, esta viuda
puede ser símbolo del alma que sufre, abandonada, separada del amor. Y toda la
escena puede contemplarse como una alegoría del alma estéril, pues su único fruto ha muerto.
Es ella la
que está muerta y la que resucita ante nuestros ojos. Jesús se
conmueve como nadie podría hacerlo. Él ha venido precisamente a liberarnos de
la muerte; pero no de la muerte física, por la que todos hemos de pasar, sino
de la verdadera muerte, la definitiva, la del espíritu. Es Su naturaleza divina
la que, portadora de vida, detiene la muerte, anula su sentencia,
inamovible para cualquier hombre que no sea el Hijo de Dios.
Jesús, toca
al muerto sin preocuparse de las normas sobre la impureza, porque Él está por
encima de toda norma y de toda ley: Él es la Ley. Por eso una palabra Suya es capaz de
sanar, de salvar, de perdonar todo y resucitar. El Sagrado Corazón ( www.diasdegracia.blogspot.com ) derrama Su Amor y transforma el llanto en alegría, la muerte en Vida.
***
ME DICE QUE NO LLORE
Quién fuera polvo… Quién fuera ceniza…
Quién fuera el humo que el polvo y la ceniza desprenden, al caer de esos puños
mercenarios del dolor… Quién fuera nada…
Pero, si soy nada, ¿quién parió a este
hijo que hoy la muerte me arrebata? ¿Quién besó tantas veces sus suaves mejillas?
¿Quién rió junto a él, mientras daba sus primeros pasos y aprendía sus primeras
palabras, en este mundo que sin él me parece un desierto insoportable?
Me dice que no llore... Una voz
diferente a todas las voces me está diciendo que no llore. Me lo han repetido
otros, pero esta voz… ¿Quién es este hombre que ordenándome: “no llores”, está
diciéndome mucho más, infinitamente más? Pero no logro entenderlo. Acaso sea un
lenguaje nuevo que los desesperados como yo no podemos comprender… O es
precisamente para nosotros este “no llores”, que lleva en su centro una semilla
de esperanza, un bálsamo que suaviza el calor amargo, áspero de mi pecho…
¿Acaso fue creado para mí, para nosotros, este lenguaje nuevo que refresca y
alivia, sostiene y consuela?
Pero ¿qué hace ahora...?, ¿qué le dice a mi
niño que duerme? Sí, que duerme…, que dormía, pues lo veo incorporarse,
despertando, al oír esa voz que es toda compasión y misericordia.
Ay Señor, me lo ha devuelto, aquí
estoy abrazando el fruto de mi seno, la fuente de mi paz y mi alegría. No cabe
más dicha en este pobre corazón, colmado como nunca. Más, mucho más aún que el
día que fui bendecida con este niño mío, que es todo lo que tengo. Porque este nacimiento viene del vacío que me ha hecho conocer fibras ocultas de mi
alma. Este segundo nacimiento de mi hijo, que es el mismo, aunque parece
distinto, es el colmo de la dicha, la plenitud del amor, y me hace renacer a mí también.
Y ahora, ¿qué le digo yo a este hombre
que parece llevar en el rostro y en las manos el secreto de la vida y de la
muerte...?, ¿qué le doy a cambio...?, ¿qué recompensa podría bastar…?
Me está diciendo con los ojos que su
recompensa es ser testigo de este abrazo, que
todo pago viene de Ti, Señor, y que Tú se lo das a cada instante.
Tú, que estás en Él, llenándole de amor, para darnos amor.
***
QUE ESPERE ABRAHÁN
No quiero, madre, ir al seno de Abrahán,
no todavía, si
en él no he de encontrarte.
Dicen que
allí solo hay paz y alegría,
que nadie
echa de menos nunca a nadie;
pero yo
quisiera quedarme a tu lado
para siempre,
jamás dejarte sola.
Que me esperen
Abrahán y todos los justos
que han
merecido acogerse
en su seno,
infinito y eterno.
Yo prefiero sin
duda el seno bendito
que Yahvé
escogió para formarme
y enseñarme
antes de verte las palabras
de amor que nunca
te dije,
tan pronto
las olvidé...
Me las ha
recordado este Rabbí
al
decirme:
¡Muchacho, a ti te lo digo, levántate!
¡Muchacho, a ti te lo digo, levántate!
El mismo que
ahora me lleva
de la mano
hacia ti. Madre, he vuelto
del país de
las sombras de la muerte,
para nacer de
nuevo; esta vez
no de tu
vientre, sino de tu tristeza
y de
la compasión de un hombre
que es mucho más que un hombre.
que es mucho más que un hombre.
Quién quiere
ir al seno de Abrahán,
pudiendo
renacer entre tus brazos
por la gracia
misericordiosa
de Aquel que es Resurrección y Vida
y antes de Abrahán ya era.
y antes de Abrahán ya era.
Su amor y el
tuyo son hoy mi paraíso.
En Tu Nombre, me levantaré. Son by four
No hay comentarios:
Publicar un comentario