6 de julio de 2024

Creer en el Hijo de María

 

Evangelio según san Marcos 6, 1-6

En aquel tiempo, Jesús se dirigió a su ciudad y lo seguían sus discípulos. Cuando llegó el sábado, empezó a enseñar en la sinagoga; la multitud que lo oía se preguntaba asombrada: “¿De dónde saca todo eso? ¿Qué sabiduría es esa que le ha sido dada? ¿Y esos milagros que realizan sus manos? ¿No es este el carpintero, el hijo de María, hermano de Santiago y José y Judas y Simón? Y sus hermanas ¿no viven con nosotros aquí?”. Y se escandalizaban a cuenta de él. Les decía: “No desprecian a un profeta más que en su tierra, entre sus parientes y en su casa”. No pudo hacer allí ningún milagro, solo curó algunos enfermos imponiéndoles las manos. Y se admiraba de su falta de fe. Y recorría los pueblos de alrededor enseñando.


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Yo he bajado del cielo no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me ha enviado
Juan 6, 38

Asumiendo el desprecio de sus paisanos, Jesús nos enseña una de las lecciones más importantes de cuantas hemos venido a aprender: la humildad que nos hace considerar la voluntad de Dios como el eje de nuestras vidas. Es la base de la fe, que permite reconocer en Jesús, el hijo de María, al Hijo de Dios, de lo que no fueron capaces sus conciudadanos.

Recordar lo que se profetizaba sobre Cristo: “Soy un gusano, no un hombre” (Salmo 21, 7) nos ayuda a entender por qué se abajó hasta el punto de ser despreciado por los más cercanos. No era Él quien necesitaba pasar por esa prueba, sino nosotros, para encontrarlo en lo pequeño, lo escondido, lo interior, lo que no se ve con los ojos, sino, como decía el Principito, con el corazón.

Los verdaderos discípulos no tienen ínfulas ni pretensiones; conocen su miseria y saben que sin Cristo no son nada. Es el camino descendente, del que hablamos a menudo por aquí, o el caminito pequeño de Santa Teresita, la infancia espiritual. Cuanto más pequeños nos sentimos, más grandes nos hace Dios, porque lo espiritual es infinitamente superior a lo visible. www.diasdegracia.blogspot.com 

Parece que no hacen nada, se dice de los que viven en la Divina Voluntad. La vida interior de Cristo supera con creces lo que nos transmiten los Evangelios; y Su Pasión fue, es, infinitamente más que unas horas de tortura, escarnio y agonía en la Cruz. 

Como sus contemporáneos, podemos elegir entre despreciar a Jesús o aceptarle como el único Maestro e imitar Su actitud. Seguirle es aprender Su misma sabiduría; conocerle es conocer al Padre y poder comportarnos “de una manera digna del Señor, procurando serle gratos en todo, dando frutos de toda obra buena y creciendo en el conocimiento de Dios” (Colosenses 1, 9-10).

Conviene recordar que, tanto en la lengua hebrea como en la aramea, no existe un término particular para expresar la palabra primo y que los términos hermano y hermana tenían un significado muy amplio, que abarcaba varios grados de parentesco. 

Puede chocar que, si estamos hablando de Jesús y creemos que es el Hijo de Dios omnipotente, se diga: no pudo hacer allí ningún milagro. Santo Tomás de Aquino nos explica que ese “no poder” no debe relacionarse con el poder absoluto, sino con lo que es posible hacer de una manera congruente; y no es oportuno hacer milagros entre incrédulos. No cuestiona, por tanto, la omnipotencia de Dios. 

Para mostrar que Jesús procede del Padre y que es igual a Él, y fomentar la fe, a veces hacía los milagros con su poder, y otras veces escogía hacerlos mediante la oración. En la multiplicación de los panes, por ejemplo, mira al cielo; y en otras ocasiones, obra con su poder, como cuando perdonó los pecados, o resucitó a los muertos.

Algunos creyeron en Él, otros Le despreciaron… ¿Cómo no creer, si todo está a la vista para el que sabe mirar? Ciegos y necios seríamos como los de Emaús, si no viéramos las maravillas que Dios hace en nosotros cada día. Sorprende la falta de fe de los paisanos de Jesús, que “miran sin ver y escuchan sin oír ni entender” (Mateo 13, 13). 

No creían a Jesús ni a Isaías ni a Ezequiel ni más adelante a Pablo…, ni ahora a nosotros cuando damos testimonio de Él… No ha de importarnos si nos hacen caso o no, como dicen la primera y segunda lectura. Nos basta su gracia, pues todo está en Él, lo demás lo dejamos en Sus manos. La felicidad es mirarle a Él, saber que colma todas nuestras expectativas. Mirarle con esperanza, como dice el Salmo 122para que Su misericordia nos consuele de tanto desprecio e ingratitud.

Para nosotros el Evangelio de hoy es una advertencia: quienes piensan conocer a Jesús, le cuestionan y se alejan; no creen en Él porque en realidad no Le conocen. Hasta los discípulos aparentemente fieles y convencidos dudaron cuando les dijo que Su Cuerpo es verdadera comida y Su sangre verdadera bebida. Y los apóstoles, sus íntimos, a excepción de Juan, le abandonaron en la hora de la Pasión, escandalizados y asustados, cuando Jesús se dejó conducir sin resistencia por sus enemigos (Lucas 14:27-29). No tenían una fe sólida, no Le conocían... 

Todos los profetas se habían topado con el rechazo y el desprecio de sus conciudadanos. Los enviados de Dios encuentran, sobre todo en su patria, la oposición y el repudio. Jeremías se quejaba de este repudio, prefigurando al manso Cordero, que sería Jesús (Jeremías 11, 18-23). Las palabras que hoy dirige a sus paisanos: “A un profeta sólo lo desprecian en su tierra”; y la escena que hoy contemplamos, nos la transmite Mateo de una forma casi idéntica (Mateo 13, 54-58) y, con mucho más detalle, Lucas (Lucas 4, 16-30). 

Los tres sinópticos coinciden, por tanto, en subrayar con este suceso la amargura de la incomprensión y el rechazo a Jesús, que Juan expresará de muchas formas, ya desde el inicio de su Evangelio (“vino a su casa, y los suyos no lo recibieron”), en sus cartas, y de forma misteriosa en el Apocalipsis. Juan nos transmite, con una belleza que está más allá de las palabras, a ritmo del Latido Sagrado, que bien conoce el discípulo amado, esa danza que hemos de aprender para sortear las sombras, las tinieblas, las dudas y la confusión, hasta que la llama de la fe crezca y llene todo, ilumine nuestro ojo, nuestro corazón, nuestra vida, hasta la eternidad.


                            Laudate Dominum, Mozart, Barbara Hendricks


 AMOR PERFECTO

El colmo del Amor,
amor hasta el extremo:
amar al que te odia,
al que te ataca,
al que mira indiferente
cómo sangra la herida
que su envidia infligió
en tu piel inocente
o en tu confianza.

Amar al que traiciona,
al que ignora tu voz
implorando su ayuda. 
Amor sin medida
ni condición.

También al que se porta
como enemigo cruel,
sin razón ni motivo,
al que ofende y se burla,
al que te hace caer,
al rencoroso… 

La paradoja santa,
valor que abrasa el odio
y enciende el corazón.
Amor purificado
que dignifica,
y te hace fuerte, libre
para seguir amando hasta el final
como el Maestro.

Amor total, Amor,
fuego divino
inflamando la tierra,
espada de doble filo,
arrancándonos el miedo
con tajo firme,
cirujano preciso,
dolor que se transforma
en amor si le damos
peso de eternidad,
y todo, hasta el pecado,
tiene sentido, feliz la culpa
que mereció tal Redentor. 

Amor que salva
clavado en una Cruz.
De la Cruz a la Luz, 
del dolor al amor,
para la Vida.

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