Evangelio según san Marcos 6, 7-13
En aquel tiempo, llamó Jesús a los Doce y los fue enviando de dos en dos, dándoles autoridad sobre los espíritus inmundos. Les encargó que llevaran para el camino un bastón y nada más, pero ni pan, ni alforja, ni dinero suelto en la faja; que llevasen sandalias, pero no una túnica de repuesto. Y añadió: «Quedaos en la casa donde entréis, hasta que os vayáis de aquel sitio. Y si un lugar no os recibe ni os escucha, al marcharos sacudíos el polvo de los pies, para probar su culpa.» Ellos salieron a predicar la conversión, echaban muchos demonios, ungían con aceite a muchos enfermos y los curaban.
San Marcos y San Lucas, Navarrete, el Mudo |
Justo antes de que Jesucristo ascienda al Padre, otorgará poderes mucho más elevados de los que reciben en el evangelio de hoy los Doce (o los setenta y dos en Lucas 10, 1-9), que fueron enviados con una detallada lista de recomendaciones y preceptos. La misión que Jesús encomienda es aún limitada, con instrucciones concretas, como también vemos en Mateo 10, 5-15. En el momento de la Ascensión, recibirán poderes y consignas de orden espiritual; es Su muerte y Su resurrección lo que marca la “frontera” divisoria entre una misión y otra.
Jesús puede transmitir facultades a sus elegidos, porque Él es dueño y Señor de estas potencias y virtudes. Pero esos poderes no son lo esencial ni son duraderos, pues se ejercen en el mundo que pasará. Solo Sus Palabras no pasarán (Mateo 24, 35); por eso, nada del mundo es comparable a vivir Su Palabra y ser Sus testigos. Todo lo demás es anecdótico, incluso vencer a los demonios.
Doce es número de perfección y setenta y dos, el número que escoge Lucas para narrar esta escena es seis veces doce. Cuando comenté el envío de los setenta y dos, se me ocurrió que algo le “faltaba” a esa misión para significar totalidad, plenitud, perfección. Le “faltaría”, en el terreno de lo simbólico, una séptima docena, pues siete es también número de perfección.
Nosotros somos esa "docena": los nuevos doce apóstoles que se renuevan generación tras generación, en una Misión que ya es completa, porque, después de la Resurrección de Jesucristo, el envío se universaliza, como vemos en Marcos 16, 15 o Mateo 28, 19. También nosotros somos enviados “de dos en dos”, porque la comunidad es un tesoro. Si vamos de uno en uno, corremos el riesgo de perdernos o desviarnos.
¿Por qué les da un reglamento tan detallado, con tantas normas y precauciones en este momento? Porque no ha tenido lugar Su pasión, muerte y resurrección. Aún no está todo cumplido (Juan 19, 30) ni Jesús ha sido glorificado todavía. Antes de esa glorificación, los discípulos anunciaban la proximidad del Reino. Después, son testigos de Jesucristo, proclaman el Evangelio con hechos ya consumados, dan testimonio.
Los fue enviando de dos en dos, dándoles autoridad sobre los espíritus inmundos. La palabra “autoridad” proviene del verbo latino “augere”, que significa aumentar, hacer crecer, elevar. Jesús habla con autoridad porque hace crecer al que le escucha y nos da autoridad para que hagamos crecer a los que nos escuchan. ¿Cuándo hablo con autoridad? Cuando dejo de ser yo. Entonces es Él Quien habla y actúa en mí.
Seguir a Jesucristo es estar unido a Él para poder hacer todo en Su nombre. Porque todo lo que podemos hacer o decir viene de Él. Destinados a ser hijos por medio de Cristo, dice la segunda lectura (Efesios 1, 3-14). Aquel que viene a juzgar el universo viene, a la vez, a perdonarlo, a recapitular todo para hacer nuevas todas las cosas. La dispersión del mundo nos consume, nos distrae, nos incapacita, mientras que Jesucristo nos da poder, capacidad, altura de miras.
Les encargó que llevaran para el camino un bastón y nada más, pero ni pan, ni alforja, ni dinero suelto en la faja; que llevasen sandalias, pero no una túnica de repuesto. Somos enviados sin apenas recursos, a corazón descubierto, libres de apegos, con la libertad que Él nos otorga y la plena confianza en que no estamos solos ni nos ha de faltar la inspiración de Espíritu Santo. Por eso sabemos lo importante que es la actitud interior; las obras surgen a partir de esa actitud de entrega y confianza.
El verdadero discípulo, como el Maestro, no se asienta ni se acomoda, no se establece ni se congela, no busca en el exterior un bienestar que le adormece. Al contrario, está siempre de pie, el corazón encendido, la cintura ceñida, dispuesto a reemprender el camino una y otra vez, porque el centro de gravedad, el apoyo es Cristo, Vida nuestra.
Y si un lugar no os recibe ni os escucha, al marcharos sacudíos el polvo de los pies, para probar su culpa. Esta escena es como un preludio o un ensayo de la verdadera misión a la que estamos llamados, nuevos apóstoles, testigos de Cristo. Nos liberamos de todo lo que nos pesa, de nuestros condicionamientos y expectativas, y también de ese mirar obsesivamente a los estados de ánimo propios y ajenos y dejarnos afectar por las reacciones de los demás.
Cumplimos la misión encomendada con un ojo en lo que toca hacer y otro en Él, sin preocuparnos de las opiniones o valoraciones del mundo, porque solo nos importa Aquel que nos autoriza, es decir, nos hace crecer… Lo demás es cháchara, eco, polvo que sacudimos de las sandalias.
Mirar el mundo y sus reacciones y opiniones, o nuestras propias reacciones y opiniones, mundanas también si nos alejamos de Dios, es vivir con el alma encorvándose hacia la tierra, pero estamos llamados a vivir erguidos, ligeros, libres, casi volando…www.diasdegracia.blogspot.com
Ellos salieron a predicar la conversión, echaban muchos demonios, ungían con aceite a muchos enfermos y los curaban. El abismo es inmenso entre los que viven tratando de ser fieles a la misión y los que se dejan atrapar por los bienes de este mundo, con sus placeres efímeros. Por eso, no ponemos nuestra confianza en el mundo diabólico de los dormidos, sino en Jesucristo, el que ha recapitulado todo en Sí, como expresa la segunda lectura que es una síntesis de la Historia de la Salvación. Expulsamos, en primer lugar, a los demonios interiores que nos impiden ser fieles, y sanamos todas esas heridas del alma, que paralizan y no nos dejan convertirnos para predicar la conversión, darnos la vuelta para ver que Jesús, el Señor de la misericordia y la verdad, la justicia, y la paz, está aquí, en ti, en mí, y proclamarlo.
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