Y nunca mejor dicho, si miramos la réplica viviente de La Piedad de Miguel Ángel. La encontré hace casi un año junto a la Iglesia de San Ginés, en la calle Arenal. Dos horas después volví a pasar y allí seguía, impasible a las fotos, las miradas, las monedas.
En lugar de mármol, carne y hueso, sometidos a la inmovilidad por el esfuerzo de una voluntad bien adiestrada. Atención, concentración, sacrificio consciente y necesario, con una mínima o inadvertida tensión. La pasividad activa o la actividad pasiva, en una de sus más hermosas expresiones.
La obra es uno mismo; sus cuerpos, su calma, sus dolores, su silencio, son los materiales que trabajan, modelan, hacen dóciles para que sirvan a la obra, a su verdad y su belleza.
En lugar de mármol, carne y hueso, sometidos a la inmovilidad por el esfuerzo de una voluntad bien adiestrada. Atención, concentración, sacrificio consciente y necesario, con una mínima o inadvertida tensión. La pasividad activa o la actividad pasiva, en una de sus más hermosas expresiones.
La obra es uno mismo; sus cuerpos, su calma, sus dolores, su silencio, son los materiales que trabajan, modelan, hacen dóciles para que sirvan a la obra, a su verdad y su belleza.
Es una escultura efímera; apenas unas horas de quietud atenta y cansancio progresivo. Pero si esa atención sostenida es de calidad, si se sobrepone a las distracciones, los diálogos internos y el cansancio, hará que la obra sea más duradera que una escultura de piedra o de bronce, porque perdurará en dimensiones no visibles, las que están más allá del tiempo, de los sentidos y sus límites.
No hay comentarios:
Publicar un comentario