El que bebe de esta agua vuelve a tener sed; pero el que beba del agua que yo le daré nunca más tendrá sed: el agua que yo le daré se convertirá dentro de él en un surtidor de agua que salta hasta la vida eterna". Pero se acerca la hora, ya está aquí, en que los que quieran dar culto verdadero adorarán al Padre en espíritu y verdad, porque el Padre desea que le den culto así. Dios es espíritu, y los que lo adoran deben hacerlo en espíritu y verdad. Juan 4, 13-14; 23-24
El Evangelio del pasado domingo es de una riqueza y un simbolismo inagotables (Juan 4, 5-42). Cada vez que lo releo descubro nuevas claves, imágenes, resonancias que en lecturas anteriores habían pasado desapercibidas. Volveré sobre él cuando se vayan “asentando” los últimos hallazgos.
Apuntar a lo más alto, dejarnos de remedios pasajeros y vanas ilusiones. No conformarnos con charquitos o aguas estancadas que, en lugar de apagar nuestra sed, la acentúan. Dejar de acumular no sólo lo material, lo externo, sino también todo aquello que, aun siendo no material, no se sintoniza con su Espíritu, con la cima que es su enseñanza, su agua viva, su palabra verdadera.
Él nos habla en espíritu y verdad, y quiere ser respondido de la misma forma. Él y nuestro corazón abierto, receptivo, atento, comunicándose. Sólo hay que escucharle dentro del corazón porque está ahí.
Al amarnos se entrega por completo y nos pide lo mismo, que nos demos sin reservas, sin mirar hacia otro lado, sin poner añadidos artificiales a Aquél que adoramos. Entonces, desnudos también de todo lo que nos sobra, podremos amarle con nuestra esencia, que es espíritu y verdad.
Estamos en el mundo, pero no somos del mundo, por eso no pueden llenarnos las cosas del mundo, por mucho que intentemos sacralizarlas.
Él se encarnó por nosotros, pero ya antes ERA y, después de subir al Padre, siguió siendo. Somos llamados a esa vida de plenitud, pero si nos conformamos con lo inmediato y efímero, aunque sea bueno, si no nos atrevemos a ir más allá, siguiendo Sus huellas, no llegaremos a lo más sutil, lo sublime, el amor absoluto.
Sat Cit Ananda (Ser, Conciencia, Bienaventuranza), se dice en sánscrito, uno de los idiomas más antiguos y de los más espirituales. Pero es más, infinitamente más de lo que se pueda decir con palabras de cualquier idioma. Ni ojo vio, ni oido oyó. Que venga a nosotros Su reino, ahora, en este mundo con el que cada vez nos identificamos menos cuando logramos vivir en Su presencia, tan real y transformadora como hace casi dos mil años, junto al Pozo de Sicar.
Sat Cit Ananda (Ser, Conciencia, Bienaventuranza), se dice en sánscrito, uno de los idiomas más antiguos y de los más espirituales. Pero es más, infinitamente más de lo que se pueda decir con palabras de cualquier idioma. Ni ojo vio, ni oido oyó. Que venga a nosotros Su reino, ahora, en este mundo con el que cada vez nos identificamos menos cuando logramos vivir en Su presencia, tan real y transformadora como hace casi dos mil años, junto al Pozo de Sicar.
De entre tantos que han escrito sobre el tema, he escogido tres miradas, tres voces de tres épocas y lugares diferentes, que coinciden en lo esencial. Pero no podemos quedarnos en la superficie de las palabras. Si no lo experimentamos personalmente, por mucho que leamos y escuchemos, por muy sugerentes que resulten, son palabras muertas, incapaces de llegar al corazón, despertarle y abrirle. Sólo Él puede hacerlo. Las reflexiones de otros caminantes son valiosas si nos animan a buscar la propia experiencia. Solo entonces se convierten en consejos vitales, puertas o senderos hacia niveles más profundos de comprensión. Porque Él es la Puerta ; Él es el Camino.
Si te imagino, mi Dios, en cualquier forma o en cualquier cosa que tenga forma, me convierto en un idólatra.
Él mismo nos dice: “Os conviene que me vaya. Si no me voy, el Paráclito no vendrá a vosotros.”
Guillermo de San Thierry
El Espíritu Santo y la necesidad de la oración son los mejores maestros; y no tendríamos necesidad de libros ni de fórmulas si tuviéramos todos los mismos sentimientos, y si poseyéramos el Espíritu Santo de la oración.
Johann Georg Gichtel
Adorar a Dios “en espíritu” supone abandonar las formas materiales que nos aprisionan; y “en verdad”, es liberarse de las ilusiones, de las apariencias.
Si habéis purificado, iluminado vuestro santuario interior, dondequiera que estéis, vuestra plegaria se elevará hasta el trono de Dios.
Omraam Mikhaël Aïvanhov
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