24 de diciembre de 2011

Vino, viene, vendrá



La adoración de los pastores. Tintoretto
 

            Hoy los ángeles se alegran, hoy los pastores son iluminados, hoy la estrella se dirige desde el oriente hacia la sublime e inaccesible Luz, hoy los Magos se arrodillan y ofrecen sus regalos.

                                                                                 San Gregorio Nacianceno


Este hoy que repite San Gregorio Nacianceno expresa la presencia constante de Jesús en el mundo, como prometió antes de subir al Padre, y también  sus incesantes venidas a las almas. Porque vino, viene y vendrá. Vino en Belén, como un niño desvalido y humilde, vendrá de nuevo en gloria y majestad y, maravilla del Misterio, viene también todos los días. Porque Jesucristo es todo, es el que era, el que es y el que vendrá (Ap 1, 8; 4, 8).

             San Bernardo menciona tres descensos del Verbo: a los hombres (encarnación), en los hombres (inhabitación) y contra los hombres (juicio final). Los efectos de la tercera venida dependerán de los resultados obtenidos en la segunda, que es consecuencia de la primera.

            Ojalá podamos todos usar siempre las formas verbales: vino, viene, vendrá; y no estas otras, tan dolorosas: vendría, hubiese venido…

             Siempre vivimos en Adviento, en permanente espera (como siempre es Cuaresma, llamada a la conversión, y siempre es Pascua, porque ya hemos resucitado con Cristo). Quienes todavía no conocen a Jesús, lo esperan sin saberlo, y aquellos a los cuales ya ha descendido, debemos abrir más y más nuestros corazones para seguir acogiéndole, cada vez mejor.

            El tiempo implacable, la enfermedad y la muerte nos siguen amenazando y golpeando, pero la victoria ya es nuestra porque Jesús, el Niño que nació en Belén hace dos milenios, venció por todos los hombres. Los años siguen transcurriendo, pero ya no giran en torno al sol, sino alrededor de ese “Sol invicto” que es Jesús, en un movimiento circular y constante que prefigura un presente eterno.

            Cada año, en Navidad, al evocar la encarnación y el nacimiento del Hijo de Dios, celebramos los esponsales de la Segunda Persona con la naturaleza humana. El alma que ha recibido y aceptado el anillo de boda intuye las relaciones que median entre anillo y año –annulus y annus–, entre el banquete eucarístico y el banquete nupcial al que estamos convocados, entre las nupcias espirituales y el amor de un Dios que se ha hecho hombre para que podamos recuperar la semejanza con Él.

 

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