26 de mayo de 2011

La alegría de Jesús




            Como el Padre me ha amado, así os he amado yo. Permaneced en mi amor. Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor; lo mismo que yo he guardado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor. Os he hablado de esto para que mi alegría esté en vosotros, y vuestra alegría llegue a plenitud.
                                                                  Juan 15, 9-11




        La alegría es una necesidad y una fuerza para nosotros, también psíquicamente. Una hermana que cultiva el espíritu de alegría siente menos la fatiga y está cada día dispuesta a hacer el bien. Una hermana rebosante de alegría predica sin predicar. Una hermana alegre es como el rayo de sol del amor de Dios, la esperanza de la alegría eterna, la llama de un amor ardiente.
        La alegría es una de las mejores garantías contra la tentación. El diablo es portador de temor y barro, toda ocasión para lanzárnoslo es buena para él. Un corazón alegre sabe cómo se ha de proteger.

                                                                            Beata Teresa de Calcuta



         Corren malos tiempos. Según la cronología hinduista, estamos en Kali Yuga, era de luchas e hipocresía, era de perdición, lo más alejado a la Edad de Oro.
         Para los cristianos son los últimos tiempos, en los que esperamos la segunda venida de Nuestro Señor. Aunque Él no deja de venir cada día, en cada circunstancia, cada encuentro, cada instante si estamos despiertos, esas venidas intermedias que dan sentido a nuestra vida y nos sostienen. Porque Él sigue estando con nosotros, fiel a su promesa. 
          El planeta nos avisa con desastres naturales de que hemos ido demasiado lejos por ambición y soberbia. La sociedad está llegando a límites nunca conocidos de crispación y egoísmo. El sistema económico se hunde. Hay cada vez más zombis y menos hombres y mujeres íntegros. Los mensajes apocalípticos se propagan por doquier. 
          Nunca como hoy hemos de ser valientes y decididos, firmes en nuestras creencias y coherentes con nuestros principios. Pero esta actitud de responsabilidad y entereza no debe llevarnos a vivir con miedo o aprensión. Como dice la Beata Teresa de Calcuta, es el diablo el que nos envía barro, temor y amenazas, para separarnos de la alegría de los hijos de Dios. Y es que la esencia del diablo es la separación.
           Un verdadero cristiano, que ha experimentado en su corazón la comunión con el Padre y con sus hermanos, no puede someterse al miedo ni dejarse amedrentar. El cristiano vive alegre y confiado, sin dejar de velar, pues no sabemos el día ni la hora. Velar, vigilar, estar atentos, sin temer ni cerrarse ni esconderse, sin dejar de amar. Donde hay amor no hay miedo.           
          Que nada ni nadie nos arrebate nuestra alegría, la que Cristo nos confió; porque nada ni nadie, como dice San Pablo, puede separarnos de Él, que es también nuestro amor, nuestra libertad, nuestra esperanza, el único capaz de hacerlo todo nuevo.
          "Ni muerte, ni vida, ni ángeles, ni otras fuerzas sobrenaturales, ni lo presente, ni lo futuro, ni poderes de cualquier clase, ni lo de arriba, ni lo de abajo, ni cualquier otra criatura podrá separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús, Señor nuestro." (Rom, 8, 38-39)

24 de mayo de 2011

Dilema


                                                                                              ¿Dónde está tu hermano?

                                                                                                                                               Genésis 4, 9

                                                                              
                    No hay vuelta atrás,
                    vives por los demás
                    o no has vivido.

                    Mira los pájaros,
                    que confían en ti;
                    por eso vuelven
                    cada mañana
                    sedientos de poesía,
                    para que escribir
                    no sea una costumbre
                    sino un encuentro.

                    No hay vuelta atrás:
                    eres en su canto
                    y en su vuelo
                    o la ceniza
                    que el viento esparce.

17 de mayo de 2011

¿Entropía?



Secuencia de Horizontes perdidos, de Frank Capra, película sobre Shangri-La (basada en la novela homónima de James Hilton), paraíso utópico donde se vive cientos de años y se envejece muy lentamente.


            Muéstrame el rostro que tenías antes incluso de que tus padres nacieran.
                                                                                                           Hui-Neng


                                                             De lo irreal condúceme a lo real.
                                                             De la oscuridad condúceme a la luz.
                                                             De la muerte condúceme a la inmortalidad.

                                                                                                          Los Upanishads

  
          De nuevo en un hospital, de visita, de apoyo, de aprendizaje, testigo de la enfermedad, la vejez, la decadencia, enemigos aparentes, grandes aliados de la consciencia.
            No en vano, Siddharta Gautama despertó al descubrir la vejez, la enfermedad y la muerte. Es el destino de todos, pero solo en maya, el mundo de la materia finita y mortal. Lo real, lo inmortal, lo incorruptible va por dentro.

            Dice Aïvanhov: “El ideal del verdadero discípulo es formar, en las profundidades de su cuerpo físico, el cuerpo que es denominado cuerpo de gloria, cuerpo de inmortalidad, cuerpo de Cristo, el verdadero cuerpo de la resurrección.” Es Él, Jesucristo, uno con el Padre y con el Espíritu Santo, el que lo hace posible, el que nos abre camino. Sin Él solo sería un ideal.
           
            Teilhard de Chardin se asoma al Misterio con este poema:

Cuando las señales del envejecimiento comienzan a marcar mi cuerpo
(y aún más cuando tocan mi mente);
cuando la enfermedad que va a disminuirme o a llevarme
golpea desde fuera
o nace dentro de mí;
cuando llega el momento doloroso en el que
despierto de pronto
a la realidad de que estoy enfermo o me estoy haciendo viejo
y sobre todo en el momento último en el que siento que estoy perdiendo
el control sobre mí mismo
y estoy absolutamente pasivo en las manos
de las grandes fuerzas desconocidas que me conformaron;
en todos esos momentos oscuros, Dios mío,
concédeme la facultad de comprender que eres Tú
(si mi fe es lo suficientemente fuerte)
el que estás partiendo dolorosamente las fibras de mi ser
para penetrar hasta el tuétano de mi sustancia y llevarme hasta Ti.


            Y San Pablo, con su contundencia y claridad habituales, en la Segunda Carta a los Corintios, 4, 16-18:
            “Por eso no desfallecemos; al contrario, aunque nuestra condición física se vaya deteriorando, nuestro ser interior se renueva de día en día. Porque momentáneas y ligeras son las tribulaciones que, a cambio, nos preparan un caudal eterno e inconmensurable de gloria; a nosotros que hemos puesto la esperanza, no en las cosas que se ven, sino en las que no se ven, pues las cosas que se ven son temporales, pero las que no se ven son eternas.”


            Envejecer puede ser una bendición. Si siempre fuéramos jóvenes y guapos, si nos mantuviéramos en plenitud de facultades en el mundo material, tal vez no despertaríamos, y moriríamos sin conocer lo real, lo verdadero, lo inaccesible para el que se limita a enfrentarse al mundo con sus cinco sentidos físicos. Pero envejecemos, gracias a Dios envejecemos. Perdemos belleza y lozanía, perdemos capacidad de agradar a los que siguen mirando el mundo con su vista corporal, los que ni siquiera saben que tienen otros sentidos infinitamente más sutiles. Envejecemos y podemos –necesitamos– aprender a ver otros mundos que nos acojan, que nos permitan seguir sintiéndonos valiosos. Y un día descubrimos que no solo somos valiosos, sino que definitivamente Somos, y que el valor y el sentido están en nosotros.
Nosotros somos el sentido y el valor. Nosotros somos. Yo Soy.
Tal vez no habríamos llegado a esta maravillosa revelación, si no hubiéramos perdido la zanahoria que nos mantenía como burros girando alrededor de una sombra. No habríamos despertado si la enfermedad, la vejez, la cercanía de la muerte, no nos hubieran quitado la venda o dado el beso definitivo, como el príncipe enamorado a la Bella Durmiente, para despertarla, devolverla a la vida.
            Bendita vejez, bendita enfermedad, bendita muerte, ya habéis cumplido vuestra misión; podéis disolveros como humo.


10 de mayo de 2011

Maranatha

que puedan ser uno, como lo somos nosotros; yo en ellos, y tú en mí, para que lleguen a la unión perfecta.

                                                      Juan, 17, 22-23


            El que quiera salvar su vida la perderá; pero el que pierda su vida por mí la salvará.
                                                                                                                                                            Lucas, 9, 24
                                              
           
                                  Si logro estar alerta, me descubro:
                                  soy atención serena y sostenida,
                                  soy la mirada fiel, soy el aliento
                                  de una respiración que me respira,
                                  devolviendo mi esencia al universo.
                                
                                 Si logro estar alerta Le descubro:
                                 es todo para mí,
                                 soy todo para Él.

                                 Soy real en el centro de mi ausencia,
                                 presencia Suya al fin
                                 y para siempre.