25 de enero de 2012

La religión del Amor



           Hubo un tiempo en que yo rechazaba a mi prójimo si su religión no era como la mía. Ahora mi corazón se ha convertido en el receptáculo de todas las formas religiosas: es pradera de las gacelas y claustro de monjes cristianos, templo de ídolos y Kaaba de peregri­nos, Tablas de la Ley y Pliegos del Corán. Porque profeso la religión del Amor y voy adonde quiera que vaya su cabalgadura, pues el Amor es mi credo y mi fe.
                                                                                               Ibn ‘Arabí



            Hoy termina el Octavario de oración por la unidad de los cristianos. ¿Hemos avanzado hacia esa meta tan necesaria? Cada oración nacida de un corazón sincero y abierto habrá sido un paso o un peldaño más, pero hacen falta muchos pasos y peldaños, muchos corazones abiertos y sinceros, para que la vana ilusión de ser diferentes y estar separados, tan opresiva casi siempre, se desvanezca.
            Hace falta, sobre todo, mucha humildad y valentía para reconocer que Dios trasciende nuestros pequeños esquemas y prejuicios. Él se resiste a ser clasificado o encerrado en categorías y rituales, en instituciones o en certezas que puede alcanzar la lógica. Y no puede ser acaparado o apropiado por "los buenos" o "los que tienen la razón", porque está más allá de los pares de opuestos que rigen el lenguaje y nuestros condicionamientos.
            Él está también por encima de miedos e inseguridades, de ritos y normas, por encima de todo cumplimiento ("cumplo y miento", alertaba con humor San Josemaría).
            Hace más de dos mil años años que, junto al pozo de Jacob, Jesús se lo explicó a una mujer cansada de beber aguas que no calman la sed; la samaritana que, a pesar de haberse unido ya a seis hombres, conservaba la inocencia necesaria para comprender en qué consiste adorar en espíritu y en verdad, más allá de formas, nombres, lugares, templos y santuarios.
            El que vive y cree en mí no morirá para siempre, dijo a Marta, otra mujer de asombro claro y esperanza firme. ¿Crees esto? ¿Crees en Mí?
              ¿Qué es creer en Él?
             ¿Cómo van a afirmar musulmanes y budistas, hinduistas y judíos, sioux y apaches que viven su fe y sus tradiciones con sincero corazón que Jesucristo es el Salvador? ¿Todos condenados?
            En Marcos 1, 24, leemos cómo proclama su fe a gritos un espíritu inmundo: "¿Qué quieres de nosotros, Jesús Nazareno? ¿Has venido a acabar con nosotros? Sé quién eres: el Santo de Dios". Los demonios tienen una fe inquebrantable (recomiendo La fe de los demonios de Fabrice Hadjadj); mientras que hay hombres y mujeres justos, de corazón generoso y mente limpia, almas grandes, que no reconocen a Jesús como el Unigénito de Dios porque han nacido en el seno de otras religiones, o han vivido antes de que Él se encarnara, o acaso no pueden (o no quieren) abandonar el agnosticismo o el ateísmo.
            ¿Quién se salva?; ¿los demonios, creyentes por su naturaleza de espíritus puros?, ¿o tantos santos que nunca serán canonizados y que, por diversos motivos, no han experimentado la fe en Jesucristo?
            ¿Qué es creer en Él? Abramos los ojos, limpiemos la mirada, expandamos el horizonte. Creer en Él y en su Palabra es vivir en el Amor, el mandamiento nuevo que resume y supera la ley y los profetas, es anhelar la verdad, abrirse al perdón, es no juzgar ni condenar, sino sacar la "viga" del propio ojo, es confiar, ayudar, servir…
            El que acoge los valores que Él nos enseñó es su discípulo, aunque sea de otra religión, o de ninguna. Y el que le conoce a Él en el amor, la bondad, la sencillez, el servicio, la compasión…, conoce también a Aquel que Le envió.
            Creer en Él, ser salvados, liberados por Él, recibir y transmitir la Buena Nueva, es dejar que Su latido resuene con el tuyo, te restaure, te devuelva la Vida. Y Su latido es el Amor, incondicional, universal y eterno.
            Que los cristianos superemos prejuicios y fanatismos, rigidez e intolerancia, soberbia y fariseísmo, para experimentar la Unidad esencial del Evangelio. Y que todos los hombres y mujeres de buena voluntad aprendamos a vivir, compartir y amar en Espíritu y en Verdad.

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