18 de octubre de 2012

Sat Chit Ânandä


 



            Antonio me envía un power point sobre el "experimento" del Washington Post con el violinista Joshua Bell, que estuvo tocando de incógnito en una estación de metro durante cuarenta y cinco minutos, interpretando las mejores y más difíciles piezas de Bach. De los cientos de personas que pasaron, siete se detuvieron a escuchar unos instantes, en seguida, miraron su reloj y continuaron su camino. Otras veinte personas echaron alguna moneda, sin apenas detenerse. Algún niño quería pararse, pero sus apresurados padres tiraban de su mano. Solo una mujer, que llegó casi al final de la actuación, reconoció al músico y se quedó a escucharle.
            No me sorprende ese adormecimiento general de la sensibilidad y la conciencia. Basta con ver las estadísticas de programas de televisión más vistos o las listas de libros más comprados (que no leídos).
 
           Precisamente, llevo días reflexionando sobre las posibles "estrategias" o actitudes necesarias para vivir siempre en los niveles más altos de conciencia, belleza y armonía, como si fuera el único día o el último día de la vida. Y creo que no hay un "método", es algo que acaba viniendo naturalmente, como fruto de un trabajo interior de observación y de soltar lo que no somos, lo que no Es. Y otras veces, providencialmente, como gracia inesperada e inmerecida en nuestra habitual somnolencia.
             Hoy he vuelto a vivirlo así. También en el metro, sin esperarlo, absorta en ciertas tareas pendientes, eso que llamamos responsabilidades, cuando en realidad son irresponsabilidades, distracciones que nos alejan de lo esencial, he visto la belleza, la paz, la dicha en un rostro.

            Era un hombre de mediana edad, uno de esos seres especiales, únicos, que, absurda paradoja, la ignorancia del mundo considera "retrasado" mental, “disminuido” psíquico o “discapacitado”. Nos hemos mirado y he sentido cómo derramaba en mí generosamente la bondad, la verdad, la alegría que él no necesita reconocer porque simplemente Lo Es. Qué sonrisa tan sincera y transparente, qué semblante tan sereno, cuánta luz en sus ojos, libres... No podría haberme transmitido más si hubiera hablado. He llegado a pensar y sentir que no era de este mundo, o al menos, no de las dimensiones que solemos percibir.
             Sat Chit Ânandä (Ser, Conciencia, Bienaventuranza), se dice en sánscrito, uno de los idiomas más antiguos y de los más espirituales. Nunca lo había visto expresado con tanta plenitud en nadie, y por fin he podido verlo en el rostro de un hombre que no cabe en los limitados parámetros y pobres definiciones de nuestras cortas, retrasadas, incapaces mentes.
          
            Que la gracia de Dios nos vaya obsequiando cada día con más momentos como este, que tan pocas veces merecemos y son los que dan sentido a la vida. Y que Sus predilectos nos sigan bendiciendo, limpiando la mirada, iluminando el camino.
           
             Trataré, a ejemplo de María, de guardar y meditar esa luz en el corazón, llama de amor viva, faro en la tormenta.

 

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