1 de diciembre de 2012

"Estad siempre despiertos."

 
Evangelio de Lucas 21, 25-28.34-36

            En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: "Habrá signos en el sol y la luna y las estrellas, y en la tierra angustia de las gentes, enloquecidas por el estruendo del mar y el oleaje. Los hombres quedarán sin aliento por el miedo y la ansiedad ante lo que se le viene encima al mundo, pues los astros se tambalearán. Entonces verán al Hijo del Hombre venir en una nube, con gran poder y majestad. Cuando empiece a suceder esto, levantaos, alzad la cabeza: se acerca vuestra liberación. Tened cuidado: no se os embote la mente con el vicio, la bebida y los agobios de la vida, y se os eche encima de repente aquel día; porque caerá como un lazo sobre todos los habitantes de la tierra. Estad siempre despiertos, pidiendo fuerza para escapar de todo lo que está por venir, y manteneos en pie ante el Hijo del Hombre."

 
 
 
  

                                        La segunda venida de Cristo puede ocurrir de dos maneras:
                                        con el final de los tiempos (sólo Dios sabe cuándo) o por
     nuestro acceso a la dimensión eterna dentro de nosotros.

 
                                                                                                           Thomas Keating

 
 
¿Por qué te preocupas por el futuro? Ni siquiera conoces lo bastante el presente. Ocúpate del presente, el futuro se ocupará de sí mismo.
 
                                                                                              Ramana Maharshi
 
 
            Es fácil encandilarse con este vídeo u otro de los muchos que circulan por internet, tan hermosos e inspiradores. Aunque encandilarse es bueno (evoca la luz), corremos el riesgo de quedarnos en ese relax confortable, esa proyección apetecible, que puede llevar a creer que despertar y mantenerse despiertos es fácil, que está ahí mismo, al alcance de nuestra mano, o nuestra mente, o nuestro corazón... Y así debería ser, todo al alcance, todo sencillo, todo a la vista, la puerta de la cárcel abierta, para que salgamos definitivamente. Así debería ser, si no estuvieramos abotargados por las comodidades, anestesiados por la inercia y los condicionamientos, atontados por las falsas creencias, bloqueados por el egoísmo. Así debería ser, si no hubiéramos perdido el estado de gracia original.
 
              Para despertar de verdad, y que no quede en un amago o en un espejismo, hace falta primero ver todos esos obstáculos interiores, ser conscientes de la propia nulidad, aceptar y asumir las sombras, reconocer que solos no podemos integrarlas, ni podemos nada, en realidad (Juan 15, 5). Hace falta, incluso, llegar a asustarse con la visión de uno mismo que solo una observación sincera, metódica e implacable puede darnos. Dice Gurdjieff que, en tanto que un hombre no se horrorice, no sabe nada sobre sí mismo.
            Entonces, si somos valientes, habremos de atravesar el infierno y el purgatorio que tan bien describe Dante, hasta llegar a la verdad del Yo real, del Yo Soy al que estamos llamados. No es posible despertar, sin antes verse completamente y sin engaño. Sería seguir en una duermevela confortable y letal.
             Para despertar hay que descubrir la mentira existencial que nos domina, sin olvidar que lo que nos espanta no es nuestro ser esencial sino el pobre, ignorante ego, condenado a desaparecer. Y cuando quedamos sin suelo bajo los pies, suspendidos en el vacío de la duda, cuando descubrimos con un escalofrío que no podemos hacer nada para librarnos de esa mentira que no somos, pero nos anula, recordamos que solos no podemos pero con Él lo podemos todo, y que nuestra incapacidad esencial tiene remedio porque nos basta Su gracia (2 Cor 12, 7-10). 
 
           Esto es lo que parecen a veces olvidar los que subrayan la necesidad del esfuerzo en el trabajo interior y no cuentan con la gracia. El esfuerzo es necesario, claro, como dice San Agustín: aunque Dios no nos ha necesitado para crearnos, sí nos necesita para salvarnos.
            Pero, por mucho esfuerzo que haga el hombre, no puede despertar y liberarse solo; y ayudado por otros hombres tampoco puede, por muchos títulos de "maestro" que algunos se atribuyan. Uno solo es nuestro maestro, Jesucristo, el Hijo de Dios, el Verbo (Mateo 23, 10). Él venció al mundo (Juan 16,33) y con él también nosotros lo venceremos, para, despiertos y libres, llegar a ser la mejor versión de nosotros mismos, el sueño que Dios soñó para cada uno.
            Así se cierra el círculo infernal, el samsara de los budistas, la locura del dualismo y la multiplicidad que nos ha mantenido encadenados al sufrimiento, la entropía, la muerte. Porque esta paradoja o contradicción aparente sobre la gracia y el esfuerzo, la gratuidad del don y el trabajo sobre uno mismo es compartida por todos los caminos sinceros.
 
            La gracia no evita el esfuerzo, pero permite que el ego se rinda, porque no son los esfuerzos del ego, tan impotentes y dispersos, tan mal enfocados, los que nos permiten salvarnos, sino los de la esencia, serenos y precisos, que conducen a la rendición del ego. Es el morir a uno mismo del que hablan cristianos, sufíes, budistas, hinduistas, lakotas…, que hace posible el santo abandono y, con él, ese despertar sencillo, directo y gozoso que nos sugería el vídeo. Vencido el adversario, unificados en la esencia, descubrimos que ya Somos, solamente habíamos dejado de Ser en lo ilusorio, en esa idea o ídolo de separación que origina todo sufrimiento.
 
            Si Aquel que restauró con Su venida y su sacrificio nuestra condición de Hijos de Dios, devolviéndonos al estado de gracia, es el mismo que nos despierta y nos ayuda a mantenernos atentos, velando, esperando, siendo..., surge la sempiterna pregunta: ¿qué sucede con los fieles de otras religiones?, ¿qué sucede con los que ni siquiera Le conocen?, ¿qué sucede con quienes no pueden creer?
            El misterio de Cristo es inalcanzable para nuestras mentes, pero Él vino, viene, vendrá para todos, incluso para quienes ya habían muerto antes de su primera venida. Siempre es Adviento en la dimensión atemporal y universal de la Consciencia, de Lo que Es, que desborda nuestro intelecto y sus límites. Porque Él siempre está viniendo, vino una vez en Belén y no ha dejado de venir a los corazones dispuestos a recibirle.
            Al igual que todos estamos sometidos a los sucesos apocalípticos que menciona el Evangelio, el Hijo del Hombre viene a liberarnos sin excepción. Aquel día que caerá como un lazo sobre los habitantes de la tierra (Lucas, 21, 34-35) es hoy, siempre hoy.
           Cristianos, musulmanes, judíos, budistas, hinduistas, lakotas, agnósticos, ateos..., todos podemos percibir los signos en el sol, la luna y las estrellas que llevamos dentro. Angustia, locura, miedo, temblor, amenaza de abismos insondables, de finales catastróficos... "Estad siempre despiertos" es una llamada universal a despertar, vigilar, estar atentos, de pie, la cabeza levantada, el ánimo resuelto, porque el Libertador, el que era, el que es, el que viene (Apocalipsis 1, 8; 4, 8), está viniendo para todos.
 
 
              En un momento dado el Señor vino en carne al mundo. Del mismo modo, si desaparece cualquier obstáculo por nuestra parte, en cualquier hora y momento se halla dispuesto a venir de nuevo a nosotros, para habitar espiritualmente en nuestras almas con abundancia de gracias.                                                                              
                                                                                    San Carlos Borromeo 
 

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