17 de noviembre de 2016

Confianza


Evangelio de Lucas 21, 5-19

En aquel tiempo, algunos ponderaban la belleza del templo, por la calidad de la piedra y los exvotos. Jesús les dijo: “Esto que contempláis, llegará un día en que no quedará piedra sobre piedra: todo será destruido”. Ellos le preguntaron: Maestro, ¿cuándo va a ser eso?, ¿y cuál será la señal de que todo eso está por suceder? El contestó: “Cuidado con que nadie os engañe. Porque muchos vendrán usando mi nombre diciendo: “Yo soy”, o bien “el momento está cerca”; no vayáis tras ellos. Cuando oigáis noticias de guerras y de revoluciones, no tengáis pánico. Porque eso tiene que ocurrir primero, pero el final no vendrá enseguida.” Luego les dijo: “Se alzará pueblo contra pueblo y reino contra reino, habrá grandes terremotos, y en diversos países epidemias y hambres. Habrá también espantos y grandes signos en el cielo. Pero antes de todo eso os echarán mano, os perseguirán, entregándoos a los tribunales y a la cárcel, y os harán comparecer ante reyes y gobernadores por causa de mi nombre: así tendréis ocasión de dar testimonio. Haced propósito de no preparar vuestra defensa: porque yo os daré palabras y sabiduría a la que no podrá hacer frente ni contradecir ningún adversario vuestro. Y hasta vuestros padres, y parientes, y hermanos, y amigos os traicionarán, y matarán a algunos de vosotros, y todos os odiarán por causa de mi nombre. Pero ni un cabello de vuestra cabeza perecerá: con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas”.


                               Destrucción del Templo de Jerusalén, Nicolás Poussin


Adivinación, augurios y sueños no tienen sentido,
como imaginaciones de mujer en parto.
A menos que vengan de parte del Altísimo,
no hagas caso de ellos.
Porque  a muchos les engañaron los sueños:
fracasaron por fiarse de ellos.

                                                                                   Eclesiástico 34, 5-7

  

¿Por qué te preocupas por el futuro?
Ni siquiera conoces lo bastante el presente.
Ocúpate del presente, el futuro se ocupará de sí mismo.
                
                                                                                               Ramana Maharshi


            Hemos llegado casi al final del camino hacia Jerusalén, momento en el que se suceden los mensajes proféticos y apocalípticos, que subrayan el conflicto entre el mundo y el Reino. Confrontación cuyo nudo gordiano está llegando a su clímax: la muerte y resurrección del Hijo de Dios, sublime referente desde entonces para quien sea consciente de ese conflicto dentro de sí mismo, y quiera vencer al mundo junto a Aquel que ya lo venció por nosotros. 

En esa lucha interior, hay infinidad de enemigos. Uno de ellos es la curiosidad malsana, que confunde y entretiene, aleja del camino. A muchos que se creían sinceros buscadores de la Verdad, les perdió ese afán de dar continuamente “cuerda” a su pensamiento, persiguiendo interpretaciones cada vez más sofisticadas del Absoluto y del universo. Este tipo de búsqueda es infructuosa desde la raíz, porque olvida que Dios revela sus misterios a los pequeños, los sencillos y humildes.

            También quienes están aparentemente centrados corren ese riesgo, pues las trampas y los cantos de sirena están siempre al acecho. Los que descuidan sus su entrega, entreteniéndose en actividades que alimentan esa tendencia a “picotear” y curiosear, en algunos tan acentuada, pueden perderse o quedarse a mitad de camino.
            Es absurdo perder tiempo y energía con mensajes proféticos, sin darse cuenta de que todas las profecías verdaderas están en el Apocalipsis, y de que la Luz que nos puede transformar está en la Palabra del Señor.

Porque aún no hemos aprendido, o no del todo, a leer el Evangelio. Es hora de asomarnos a él de un modo diferente a como leemos otros libros. O acaso de la forma en que deberíamos hacer todo: como si una luz iluminara cada párrafo, cada versículo, cada línea... Porque cada palabra “significa”; son signos, milagros de lucidez, ventanas a la conciencia y la comprensión. Escritura santa, enseñanza viviente, tan alejada de aquellos que hablan con énfasis y ahuecando la voz.

            La Parábola de la semilla que cae al borde del camino, entre piedras, entre zarzas o en buena tierra (Mt 13, 1-9; Mc 4, 1-9; Lc 8, 4-8) es muy clarificadora sobre esa actitud de curiosidad malsana que encubre pereza y superficialidad.
Los que se entretienen con multitud de mensajes son como la tierra junto al camino. No pueden acoger la enseñanza, de tan distraídos, y va el Maligno y roba lo sembrado en su corazón. También son como terreno pedregoso: escuchan la palabra y la aceptan en seguida con alegría; pero no tienen raíces, son inconstantes.

            Conviene recordar también la parábola del trigo y la cizaña (Mt 13, 24-30). Todos llevamos cizaña dentro; los que se obsesionan con las profecías y los mensajes la tienen en la obsesión de prestar atención a muchos falsos profetas, que es síntoma de desconfianza en el Profeta verdadero.

            Una tercera alusión a las parábolas que pueden ilustrar esta actitud: el obsesionado por las profecías no vende todo cuanto tiene para comprar la perla de gran valor (Mt 13, 45-46), porque sigue siendo rico de espíritu, no se ha vaciado para que entre la buena nueva.
Pereza, desidia, irresponsabilidad, incoherencia que combate San Pablo en la segunda lectura de hoy (2 Tesalonicenses 3, 7-12).
Esos, de los que habla la primera lectura (Malaquías 3, 19-20a), son los que por ser paja serán quemados, y no verán el sol de justicia: los tibios, los perezosos los que no ponen a trabajar sus talentos.
Recordemos que la justicia del hombre no tiene nada que ver con la de Dios, y lo que el hombre considera trabajo y rendimiento no es el verdadero Trabajo, que da un fruto duradero.

El hombre que es del mundo identifica el trabajo con inversión material, provecho, bienestar, orden, ventaja, seguridad…, conceptos tan “correctos” como tibios y cobardes… Lo más alejado del mensaje evangélico, porque  Jesús vino a traer la espada y a encender fuego en la tierra y en los corazones. Él, que no tenía dónde apoyar la cabeza, nos pide que le imitemos también en esa valentía de apostar a lo grande, y preferir el Reino a cualquier añadidura, por muy “adecuada, provechosa, razonable” que pueda resultar.


dresden bombing

 Dresden, 1945

  
Nunca me he sentido tan cerca de Jesucristo, tan libre y despierta, como en los momentos de incertidumbre y precariedad, esas crisis totales que hacen perder el suelo bajo los pies y enseñan a vivir sin muletas ni apoyos externos.

Qué auténtico y poderoso es el amor cuando brota de ese desvalimiento y de la entrega confiada a lo Real, de la conversión ineludible a la que nos llevan el desengaño, el fracaso, la quiebra de las ilusiones.

Porque las crisis o los dramas personales pueden endurecer el corazón o abrirlo. Si eres consciente de que la batalla se libra siempre, en primer lugar, dentro, tarde o temprano acontece la rendición de esos personajes que ya no podemos seguir interpretando y el corazón se libera de escudos y armaduras, inútiles al fin. Y se alza la bandera de la confianza en Jesucristo, nuestra verdadera seguridad, el único que nos da palabras de Vida, frente a tanto charlatán y falso maestro, ciegos que guían a otros ciegos.

            O hacemos real el Reino ahora, o no lo hacemos nunca. ¿Para qué preocuparnos de escatologías más o menos cercanas o lejanas, si tenemos el maravilloso momento presente, el único donde podemos elevarnos y evolucionar? El Reino ya ha venido, está aquí, en nuestro corazón despierto y abierto.

            Las profecías sobre el final de los tiempos de los primeros cristianos, y de algunos cristianos hoy, aun basándose en la Verdad, no deberían alterar o inquietar a quienes ya viven trascendiendo el tiempo cronológico, sub specie aeternitatis, en la “tempiternidad” de la que habla Raimon Panikkar.

            Debemos atender a las guerras y los cataclismos interiores, a las fuerzas de dentro de uno mismo y someterlas, para hacer realidad ahora los nuevos cielos y la nueva tierra.
            ¿Cómo va a temer quien ya vive en Él, quien se sabe habitado por el Espíritu Santo y recibe conscientemente Su valentía y Su inspiración?

El que camina en esa Compañía, confiado y libre, no tiene miedo. Se informa sobre lo que sucede fuera, pero sabe que lo más importante para la salvación es lo que sucede dentro. Por eso puede perseverar y seguir amando y dando testimonio valeroso y decidido hasta el final, porque sabe que toda defensa y toda sabiduría vienen del Señor.

            Es absurdo pretender saber cuándo moriremos o cuándo será el fin del mundo. Sin embargo, debemos aprender a interpretar los signos de los tiempos, tan evidentes para el que tiene ojos que ven y oídos que oyen, y vivir en consecuencia

            ¿Qué significa para ti cada uno de los acontecimientos exteriores? ¿Qué reflejo tienen en tu interior? ¿Cómo resuenan en lo más profundo de nuestros corazones?

El Reino se realiza en cada uno de nosotros cuando vivimos velando, atentos, vigilantes, con el único “equipaje” necesario siempre listo: confiar en Jesucristo y seguirle, cumpliendo la voluntad del Padre.


                                             O fortuna. Carl Off. Carmina Burana


Jesús nunca mostró admiración de esa inteligencia que es solo inteligencia de cosas abstractas y memoria de frases; los puramente sistemáticos y metafísicos, los sofistas, los escudriñadores de la naturaleza, los devoradores de libros no hubieran hallado gracia ante sus ojos. Pero la inteligencia, el poder entender los signos de lo por venir y el sentido de los símbolos –la inteligencia iluminante y profética, adueñamiento amoroso de la verdad–, era también un don a sus ojos, y muchas veces se lamentó de que tan poca demostrasen sus oyentes y sus discípulos. La suprema inteligencia consistía para él en comprender que la inteligencia sola no basta, que es menester dar el alma para obtener la felicidad –porque la felicidad no es sueño absurdo, sino siempre posible y al alcance de la mano– pero que la inteligencia debe ayudarnos en esa total transmutación.
                                                                                               Giovanni Papini

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