26 de noviembre de 2016

Viene el Hijo del Hombre


Evangelio de Mateo 24, 37-44

En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: “Lo que pasó en tiempos de Noé, pasará cuando venga el Hijo del Hombre. Antes del diluvio, la gente comía y bebía y se casaba, hasta el día en que Noé entró en el arca; y cuando menos lo esperaban llegó el diluvio y se los llevó a todos; lo mismo sucederá cuando venga el Hijo del Hombre. Dos hombres estarán en el campo: a uno se lo llevarán y a otro lo dejarán; dos mujeres estarán moliendo: a una se la llevarán y a otra la dejarán. Estad en vela, porque no sabéis qué día vendrá vuestro señor. Comprended que si supiera el dueño de casa a qué hora de la noche viene el ladrón, estaría en vela y no dejaría abrir un boquete en su casa. Por eso, estad también vosotros preparados, porque a la hora que menos penséis viene el Hijo del Hombre".

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                                                  El juicio final, Miguel Ángel


Despierta, tú que duermes, levántate de entre los muertos y Cristo será tu luz.

Efesios 5, 14

El amor nunca acabará. Las profecías serán eliminadas, las lenguas cesarán, el conocimiento será eliminado. Porque conocemos a medias, profetizamos a medias; cuando llegue lo perfecto, lo parcial será eliminado.
                                                                                                              1 Corintios 13, 8-10


El Hijo del Hombre viene a liberarnos, y viene ya, ahora, porque el día que caerá como un lazo sobre los habitantes de la tierra (Lucas, 21, 35) es hoy, siempre hoy.

Hoy, ahora, todos podemos percibir los signos en el sol, la luna y las estrellas que llevamos dentro y hemos recordado en las lecturas de los últimos días. Angustia, locura, miedo, temblor, amenaza de abismos insondables, de finales catastróficos... La liturgia no pretende atemorizarnos, sino espabilarnos. Es una llamada universal a despertar, vigilar, estar atentos, de pie, la cabeza levantada, el ánimo resuelto, porque el Libertador, el que era, el que es, el que viene (Apocalipsis 1, 8; 4, 8), está viniendo ahora para todos.

Es Quien nos salva, nos transforma y perfecciona para que estemos preparados. La visión que describía el propio Maestro en el Evangelio del jueves pasado (Lucas 21, 20-28) y la clara advertencia que nos hace hoy son consecuencia de la distorsión que hemos creado, por nuestra ceguera, soberbia y egoísmo. Pero si despertamos, nos levantamos y estamos atentos, podemos eliminar la dis-torsión con la torsión, ese infinito vertical que se nos muestra en la Cruz de Cristo, la que nos levanta y nos eleva. Dejamos de validar el error-horror-terror. Ya no vemos el horror, o lo vemos sin horror, porque nuestra mirada está fija en el Hijo del Hombre que vino, viene, vendrá, como nos recuerda abajo San Bernardo.

Las profecías no asustan ni inquietan si se vive todo con peso de eternidad.¿Cómo va a temer quien se sabe habitado por el Espíritu Santo, y siente su fuerza y su poder? El que vive con esa consciencia, confiado y libre, no tiene miedo. Está informado de lo que sucede fuera, pero sabe que lo más importante es lo que sucede dentro. Atendemos a los cataclismos interiores, a las fuerzas interiores y las sometemos para hacer realidad los nuevos cielos y la nueva tierra.

Hoy empieza el Adviento, tiempo de espera y también tiempo de realización. Podemos vivir la vida de Jesús desde el Nacimiento en nuestras propias vidas. Preparémonos para recibirle y acompañarle hasta la Resurrección, recordando que es vida nuestra, vida tuya, vida mía, la vida que hemos venido vivir. Comienza la historia de amor, fusión, comunión de las aguas, con Aquel que es la Fuente de agua viva en nuestro corazón, surtidor que mana hasta la vida eterna.

El Reino ya está aquí, dentro de cada uno. Y todos los fenómenos, crisis, dones y gracias que lo hacen posible, también. O hacemos real el Reino ya aquí, o no lo hacemos. ¿Por qué preocuparnos de escatologías más o menos cercanas, si tenemos el maravilloso momento presente, listo para elevarnos y evolucionar? El Reino ya ha venido, está aquí, en tu corazón, en mi corazón, despiertos.



                                    Rorate Coeli, Canto gregoriano de Adviento
                                   

REFLEXIÓN DE SAN BERNARDO SOBRE LAS TRES VENIDAS DEL SEÑOR

Justo es, hermanos, que celebréis con toda devoción el Adviento del Señor, deleitados por tanta consolación, asombrados por tanta dignación, inflamados con tanta dilección. Pero no penséis únicamente en la primera venida, cuando el Señor viene a buscar y a salvar lo que estaba perdido (Lc 19,10), sino también en la segunda, cuando volverá y nos llevará consigo. ¡Ojalá hagáis objeto de vuestras continuas meditaciones estas dos venidas, rumiando en vuestros corazones cuánto nos dio en la primera y cuánto nos ha prometido en la segunda!

Sabemos de una triple venida del Señor. Además de la primera y de la última, hay una venida intermedia. Aquéllas son visibles, pero ésta no. En la primera, el Señor se manifestó en la tierra y convivió con los hombres (Ba 3,38)…; En la última, “todos verán la salvación de Dios y mirarán al que traspasaron” (Lc 3,6; Is 40,5)… La intermedia, en cambio, es oculta, y en ella sólo los elegidos ven al Señor en lo más íntimo de sí mismos, y así sus almas se salvan. 


De manera que, en la primera venida, el Señor vino en carne y debilidad; en esta segunda, en espíritu y poder; y en la última, en gloria y majestad.


Esta venida intermedia es como una senda por la que se pasa de la primera a la última: en la primera, Cristo fue nuestra redención; en la última, aparecerá como nuestra vida; en ésta, es nuestro descanso y nuestro consuelo.


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