Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; y el que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre. Juan 11, 25-26
Ella creía en Ti, y ya está contigo. Por eso sigo hablándole, porque sé que no se ha ido y que volveremos a verla. No se me ocurre mejor homenaje que transcribir el panegírico que San Agustín escribió tras la muerte de un amigo. El sacerdote lo leyó antes del entierro de mi tía Paqui, y fueron palabras de consuelo en un momento tan duro.
Transcribo también un precioso fragmento de prosa poética de Tagore, sobre un niño que, a punto de pasar a "la habitación de al lado", se dirige a su madre. Aunque lleva por título El fin, Tagore intuía lo que nos espera: la plenitud del amor, el reencuentro, la unidad.
Gracias, tía Paqui. Sigues aquí, muy cerca, inspirándonos, mirándonos hasta que volvamos a verte.
La muerte no es nada, sólo he pasado a la habitación de al lado.
Lo que somos unos para los otros seguimos siéndolo
Dadme el nombre que siempre me habéis dado. Hablad de mí como siempre lo habéis hecho. No uséis un tono diferente.
No toméis un aire solemne y triste.
Seguid riendo de lo que nos hacía reír juntos. Rezad, sonreíd, pensad en mí.
Que mi nombre sea pronunciado como siempre lo ha sido, sin énfasis de ninguna clase, sin señal de sombra.
La vida es lo que siempre ha sido. El hilo no se ha cortado.
¿Por qué estaría yo fuera de vuestra mente? ¿Simplemente porque estoy fuera de vuestra vista?
Os espero; no estoy lejos, solo al otro lado del camino.
¿Veis? Todo está bien.
No lloréis si me amabais. ¡Si conocierais el don de Dios y lo que es el Cielo! ¡Si pudierais oír el cántico de los ángeles y verme en medio de ellos! ¡Si pudierais ver con vuestros ojos los horizontes, los campos eternos y los nuevos senderos que atravieso! ¡Si por un instante pudierais contemplar como yo la belleza ante la cual todas las bellezas palidecen!
Creedme: cuando la muerte venga a romper vuestras ligaduras, como ha roto las que a mí me encadenaban, y cuando un día que Dios ha fijado y conoce, vuestra alma venga a este Cielo en el que os ha precedido la mía, ese día volveréis a ver a aquel que os amaba y que siempre os ama, y encontraréis su corazón, con todas sus ternuras purificadas.
Volveréis a verme, pero transfigurado y feliz, no ya esperando la muerte, sino avanzando con vosotros por los senderos nuevos de la Luz y de la Vida , bebiendo con embriaguez a los pies de Dios un néctar del cual nadie se saciará jamás.
AMÉN
El fin. Rabindranath Tagore
Me voy madre; es mi hora... Cuando en la oscuridad clareante de la madrugada solitaria tiendas tus brazos buscando a tu niño por tu cama, yo te diré: "¡El niño ya no está!"... Madre, me voy.
Me convertiré en un aire delicado para acariciarte; seré las onditas del agua cuando te bañes, y te besaré y te besaré sin descanso. En las noches de huracán, cuando la lluvia suene en las hojas, oirás desde tu cama mi susurro, y mi risa brillará con el relámpago por tu ventana abierta.
Si, pensando en tu niño, te pasas las horas de la noche desvelada, yo te cantaré desde las estrellas: "Duerme, madre, duerme." Vendré en el rayo de luna y me pasaré suavemente a tu cama y me echaré en tu pecho mientras duermes. Me haré un ensueño y por las rendijas de tus párpados me hundiré en lo más hondo de tu descanso; y cuando te despiertes sobresaltada y mires alrededor, saldré volando con un temblor de mariposa a la oscuridad.
En la fiesta grande de Puja, cuando vengan a jugar a casa los niños del vecino, fluiré yo derretido en la música de la flauta y latiré todo el día en tu corazón. Tía traerá regalos de la feria, y preguntará: "¿Y el niño, hermana, dónde está?" Madre, y tú le dirás dulcemente: "Está en las niñas de mis ojos, está en mi cuerpo, está en mi alma."
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