28 de marzo de 2013

La ciencia de llevar la cruz



Jesús es ayudado por el Cireneo a llevar la Cruz
Johann Friedrich Overbeck

        
           No sería muy diferente la actitud inicial del Cireneo a la que todos hemos tenido, o tenemos aún tantas veces: esa cobarde, mezquina tendencia a escaquearnos cuando se trata de arrimar el hombro y apoyar.

            Luego, ya metido en faena, con el peso de la cruz del Otro, siguiéndole, contemplando Su silueta desvalida y llena de dignidad, el Cireneo cambió su actitud.

            Qué ventura sería para nosotros poder llevar la cruz de Jesucristo, esa cruz gloriosa por la que fue redimida la humanidad. Acostumbrados como estamos a buscar ventajas en todo, competiríamos por tal honor, como Santiago y Juan, a través de su madre, quisieron ganar para sí los mejores puestos en el reino de los cielos. Qué no daríamos por ayudar a Cristo a llevar Su cruz, aquella cruz de hace dos milenios, con su halo de victoria.

             Pero hemos de cargar con la nuestra, cada uno con la suya, anodinas muchas, desapercibidas casi todas, sin saber si los yunques y crisoles de nuestra alma trabajan para la vida verdadera o si, como temía el poeta, trabajan para el polvo y para el viento, y nuestro esfuerzo es en vano.

            Tenemos que llevar nuestra cruz, queramos o no, pero además podemos, debemos, ayudar a nuestros hermanos a cargar con las suyas. Entonces sentiremos sobre nuestros hombros la bendición de Aquel que ha glorificado todas las cruces, dándoles un sentido nuevo y redentor, y el esfuerzo valdrá la pena, el sacrificio (de sacer fare, hacer sagrado) tendrá sentido. Porque, ayudando al hermano a llevar su cruz, con la mirada puesta en Jesucristo, hacemos sagrada la nuestra.

            Y todos seremos Cireneos, siguiendo al Maestro en su camino hacia el Gólgota, que es la antesala de la Resurrección. Y podremos decir un día junto a Él: Todo está cumplido.
  

            Consejos de Simón de Cirene para cargar con la cruz, según Ramón Cué (de El Vía Crucis de todos los hombres):

            El primero, que no te hagas ilusiones: la cruz no te gustará nunca. Siempre te provocará tensión y violencia. Jamás te harás a ella. En cuanto lo consiguieras, en cuanto empezara a gustarte de verdad, dejaría de ser cruz. Por eso, no te desanimes jamás. Cuenta siempre, sin sorpresas, con tu rechazo. Para empezar, para seguir, para terminar. Por eso es cruz.

            El segundo consejo. Ponte enseguida, cuanto antes, detrás de Cristo. Y no lo pierdas de vista. La clave es su Persona. No es que nos cambien ni que nos aligeren la cruz; sigue intacta, pesa igual; seguimos sin comprenderla. Pero comprendemos a Cristo y lo amamos, y ese contacto personal con Cristo nos cambia a nosotros. No aceptamos la cruz por ser cruz; aceptamos a Cristo, y por Él, la cruz. Ella no nos convence jamás. Pero sí la Persona de Cristo que nos seduce y nos conquista. No lo pierdas de vista. Siempre detrás.

            El tercer consejo es que si quieres llevar mejor tu cruz, cargues, al mismo tiempo con la de otro. Lo aprendí llevando, sobre la mía, la del Maestro. Tú puedes llevar la de un hermano tuyo. ¿No es otro Cristo? Y verás cómo cambia todo radicalmente. En la ciencia cristiana, una cruz sola pesa más que dos. En el mundo cristiano de las cruces no valen vuestros sistemas de pesas y medidas, ni vuestras sumas y restas. Si tratas de restar en tu egoísmo, sumas y multiplicas tu propia cruz. Cuando encima de la tuya cargas con la de un hermano, la propia se aligera, se alegra, le salen alas… Si te centras en tu cruz personal, tú solo, al margen de todo y de todos, te pesará más, hasta convertirse en una obsesión que te aplaste.


            Dice la leyenda que, poco después de la muerte y resurrección de Jesucristo, Simón de Cirene y su familia vivieron una profunda conversión. José Luis Martín Descalzo, en Vida y misterio de Jesús de Nazaret, hace la siguiente reflexión sobre el encuentro del Cireneo con Jesús, camino del Gólgota:

            Lo más probable es que tomara la cruz a regañadientes; que en el camino volviera alguna vez sus ojos iracundos a este condenado que le había estropeado su comida y le obligaba, cansado como regresaba del campo, a una tarea que nada tenía que ver con él. Pero seguramente vio cómo toda su ira se derretía ante los ojos mansos y serenos de aquel hombre que, ciertamente, poco tenía que ver con los condenados corrientes.
            Probablemente al principio sólo sintió curiosidad. Luego piedad. Y amor por fin. Sin él saberlo estaba cumpliendo literalmente palabras que, un año antes, había dicho este condenado al que ayudaba: “Si alguno quiere ser mi discípulo, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame” (Mt 16,24). Y él tomaba la cruz a la misma hora en que todos los discípulos le habían abandonado.
 

2 comentarios:

  1. ¡Preciosa reflexión! Como me gusta hacer poemas a Dios lo haré como Cireneo y luego os enviaré .Gracias.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Gracias a ti, amiga. Te contesté en su momento, pero hoy veo que no fue publicada la respuesta. Puedes enviarme lo que quieras a eugeniaantares@hotmail.com Me encantará compartir reflexiones e inspiraciones contigo.

      Eliminar