11 de julio de 2011

Oración Centrante. Basil Pennington. III


            Continuamos con las reflexiones sobre la Oración centrante, seleccionando algunos fragmentos del libro de Basil Pennington.


Ser lo que somos

“Yo dormía, pero mi corazón velaba”. (Cantar de los Cantares 5, 2). Para Pennington, la oración centrante es una apertura, una respuesta, un dejar de lado todo lo que se interpone en nuestro estar totalmente presentes ante el Señor, para que pueda estar él presente. Es dar de lado los pensamientos para que el corazón pueda atenderle inmediatamente a él.

            Los Padres griegos tienen una expresión muy bella: “Dios se hizo hombre para que el hombre se pueda hacer Dios”.

            Empezamos a llevar al Señor con nosotros más conscientemente cuando realizamos nuestras tareas diarias, su presencia se nos hace cada vez más consciente. Empezamos a sentir la necesidad de estar simplemente en silencio.

            Afirma con entusiasmo que Dios nos hizo para gozar de nosotros y que nosotros gozásemos de él. Tenía una plenitud absoluta de felicidad y quería compartirla; por eso nos hizo. Tal gratuidad absoluta es difícil de comprender. Las actitudes que prevalecen en el mundo de hoy refuerzan la convicción de que hay que merecer el amor, que todo lo que tenemos tiene que pagarse. No sucede así con Dios.

            Pone el ejemplo del padre al que le gusta que su niño deje sus juguetes y sus amigos y corra a sus brazos; entonces no le importa que mire alrededor, que pase de una cosa a otra, o que se quede dormido. El niño elige estar con su padre, confiando en el amor, el cuidado y la seguridad de estar en sus brazos.
Nuestra oración centrante se parece mucho a eso. Nos acomodamos en los brazos de nuestro Padre, en sus manos amorosas. Nuestra mente, nuestros pensamientos, nuestra imaginación puede saltar de un lado a otro; podríamos incluso dormirnos; pero, esencialmente escogemos quedarnos con nuestro Padre, dándonos a él, recibiendo su amor y cuidado, dejándole hacer lo que él quiere.

            Como bautizados, no solo hemos sido creados, sino recreados. Nuestra participación no es –como la  del resto de la creación– un compartir extrínseco a la vida, al ser, a la belleza de Dios. Hemos sido bautizados en la misma vida y amor del Hijo. Vivo, pero no yo, sino que es Cristo quien vive en mí, dice San Pablo. De un modo muy real, hemos sido hechos uno con el mismo Hijo de Dios. Y el Espíritu del Hijo, el Espíritu Santo, se nos ha dado para que sea nuestro espíritu. Hemos sido introducidos en la vida interna de la Santísima Trinidad.
El ser del Hijo viene del Padre y va al Padre en el Espíritu Santo. No sabemos cómo orar, no sabemos estar ante el Padre de modo apropiado y digno de él, pero el Espíritu Santo que se ha derramado en nuestros corazones grita: “Abba", Padre. Cuando abandonamos nuestra actividad superficial y, dejando atrás nuestros pensamientos, sentimientos e imágenes, simplemente nos disponemos a ser totalmente lo que somos, somos esencialmente oración: respuesta a Dios, y una respuesta que es realmente digna de él, porque nuestra respuesta es la persona de amor, el amor del Hijo por el Padre, y del Padre por el Hijo; el Santísimo Espíritu de amor.

            Si realmente somos uno con Cristo por el bautismo y Cristo está ahora sentado a la derecha del Padre, nosotros estamos también en el cielo y a la derecha del Padre.
Cuando llegamos al centro, dejamos atrás el tiempo, el espacio y la separación. Llegamos a nuestra fuente y estamos en el ser de quien salimos y en quien siempre estamos.

            Esto intenta la oración centrante: ser lo que somos, lo que somos realmente, en virtud de lo que nos ocurrió en el bautismo: el Hijo para el Padre en el Espíritu Santo, que es amor perfecto, que es oración perfecta.


Pensamientos, pensamientos y más pensamientos

            Abandonarnos y olvidarnos de producir, para ser y gozar simplemente, es un don natural que hemos perdido. Hasta nos lanzamos a nuestros recreos y vacaciones con cierta ansiedad.

            La oración centrante es muy sencilla, pero no es fácil, precisamente porque implica la muerte al ser –al ser falso, fabricado– para poder ser y vivir totalmente en Dios; y nadie quiere morir.

            Lo importante es la fidelidad a la oración, y en esta fidelidad está la afirmación del valor de la oración en sí misma; es decir que la oración no está orientada a la producción, sino que más bien es el comienzo del cielo, el gozo puro de Dios, la realidad para la que nos hizo.

            Los cinco tipos de pensamientos que, según Pennington, nos distraen en la oración:

-          Pensamiento simple. Uno de los millones que pasan constantemente.
-          Pensamiento con gancho. Nos sube a la superficie. Hemos de ignorarlo y volver a la presencia del Señor con la palabra de oración.
-          Pensamiento monitor. Es tener un ojo en uno mismo. Es el servidor del amor propio y del orgullo. La pureza de la oración centrante es tener los dos ojos en Dios.
-          La idea brillante. Frecuente en personas creativas, dedicadas al apostolado y fieles a lo oración. Conviene desapegarse de la idea, confiando en que volverá después.
-          Pensamiento tenso. Como en el sueño, al pasar por la mente, descargan tensiones de nuestra vida. Ser conscientes de él y volver al centro con la palabra de oración. El Señor nos refresca. Incluso los pensamientos han de ser entregados a Él.

La oración centrante es parte de la sustancia de nuestras vidas. Cuando no la practicamos, la echamos de menos. Ella nos permite pasar de nuestro estado ordinario autorreflexivo a uno de conciencia pura, cuando simplemente podemos estar presentes a la realidad –Dios y todo lo que está en Dios– de manera indivisa.


Recordamos las bases de la experiencia de Basil Pennington y de su método de oración:
-          Padres de la Iglesia
-          La nube del no–saber
-          Místicos españoles: Santa Teresa de Jesús y San Juan de la Cruz
-          Contemplativos contemporáneos como Thomas Merton


Progreso en la oración

            A medida que crecemos en amor y desprendimiento, el pensamiento concreto nos atrapará menos y no nos alejará tanto de la presencia del Señor.

            La reducción de la actividad mental y la llegada de sentimientos de paz, unidad y armonía son accidentales, no son una norma auténtica de lo que está pasando. Sobre todo, debemos evitar ir a la oración con expectativas. Porque las expectativas implican la búsqueda de algo para nosotros mismos, con cierta codicia espiritual, y esto desvirtúa la misma esencia de la oración, que es sobre todo una búsqueda pura y total de Dios, no para apropiarnos nada, sino para entregarnos completamente a él.

            Sólo permaneciendo en esta oración de entrega absoluta y desinteresada, iremos poco a poco muriendo a nosotros mismos y viviendo más libremente en Dios, hasta que lleguemos a conocer plenamente la experiencia de ser uno con el mismo Dios, por una unión de amor.


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