22 de julio de 2011

Santa María Magdalena



María Magdalena, Frederick Sandys




                        Tu amor vale más que la vida, mis labios te alabarán;
                        te bendeciré mientras viva y alzaré mis manos en tu Nombre. 
  
       
                                                                                        Salmo 63, 4-5


          Hoy celebramos la memoria de esta mujer a la que tanto fue perdonado, la que tanto amó, apóstol de apóstoles. Esta sí que es "santa de mi devoción". Ante el Resucitado, sus ojos se abrieron a su realidad esencial y pudo verle.
            María Magdalena es la segunda mujer nueva. La Virgen María fue la primera. Pero la Virgen María es inmaculada desde su concepción, no necesitó purificación ni transformación. María Magdalena, en cambio, tenía mucho que purificar. Se abrió de tal modo a la misericordia de Dios, que fue transformada casi al instante, no solo en su personalidad, sino también en su esencia y en su alma, tan castigada durante años de sueño y olvido. Porque para Dios nada hay imposible. (Lc 1, 37)
            Ante la Cruz, donde los apóstoles, a excepción de Juan, fueron incapaces de llegar, ese contraste radical, la Inmaculada y la pecadora, desaparece. En realidad, como señala Federico Revilla, no se pueden hacer comparaciones: la Virgen es única, entra por su pie humano en el orden mismo de Dios. Además, en el Amor todo se hace armonía y unidad, incluso lo más dispar. María Magdalena, unida a la grandeza de la Madre, formaba un solo impulso de amor a Jesús.

            Después del Evangelio, el comentario de Gregorio Palamás (1296-1359).


Juan 20, 1.11-18.

          El primer día de la semana, de madrugada, cuando todavía estaba oscuro, María Magdalena fue al sepulcro y vio la losa quitada del sepulcro.
          Estaba María fuera, llorando junto al sepulcro. Mientras lloraba, se asomó al sepulcro y vio a dos ángeles vestidos de blanco, sentados, uno a la cabecera y otro a los pies del lugar donde había estadoel cuerpo de Jesús. Ellos le preguntan: "Mujer, ¿por qué lloras?". Ella les contesta: "Porque se han llevado a mi Señor y no sé dónde lo han puesto".
          Al decir esto se vuelve y ve a Jesús, de pie, pero no lo reconoce. Jesús le dice: "Mujer, ¿por qué lloras?, ¿a quién buscas?". Ella, pensando que es el hortelano, le contesta: "Señor, si tú lo has llevado, dime dónde lo has puesto y yo iré a buscarlo". Jesús le dice: "¡María!". Ella se vuelve y le dice: "¡Rabboni!", que significa "¡Maestro!". Jesús le dice: "No me retengas, que todavía no he subido al Padre. Pero, anda, ve a a mis hermanos y diles: 'Subo al Padre mío y Padre vuestro, al Dios mío y Dios vuestro'". María Magdalena fue y anunció a los discípulos: "He visto al Señor y me ha dicho esto".


Ve a buscar a mis hermanos

        Entre las mujeres que llevaron el perfume a la tumba de Cristo, María Magdalena, es la única de la cuál celebramos su memoria. Cristo había expulsado de ella siete demonios (Lc 8,2), para dar cabida a los siete dones del Espíritu. Su perseverancia en permanecer cerca de la tumba, le ha valido la visión y la conversación con los ángeles y luego, después de haber visto al Señor, se convierte en su apóstol ante los apóstoles. Instruida y plenamente garantizada por la boca misma de Dios, les va a anunciar que ha visto al Señor y a repetirles lo que le dijo.
        Consideremos cómo María Magdalena le precede en dignidad a Pedro, el jefe de los apóstoles, y a Juan, el discípulo muy amado de Cristo, y cómo, por tanto, ella ha sido más favorecida que éstos. Ellos, cuando se acercaron al sepulcro, no vieron más que las vendas y el sudario; pero, ella, que había permanecido hasta el final con una firme perseverancia en la puerta de la tumba, ha visto, antes que los apóstoles, no sólo a los ángeles, sino al mismo Señor de los ángeles resucitado, en la carne. Ha oído su voz y así Dios, se ha servido de su palabra.
                                                                                           San Gregorio Palamás

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