Jesucristo, Hoffmann |
En aquel tiempo, exclamó Jesús: “Te doy gracias, Padre, Señor de cielo y tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y se las has revelado a la gente sencilla. Sí, Padre, así te ha parecido mejor. Todo me lo ha entregado mi Padre, y nadie conoce al Hijo más que el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar. Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré. Cargad con mi yugo y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis vuestro descanso. Porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera.”
Mt 11, 25-30
No os dejéis llamar maestros, porque uno solo es vuestro maestro, el Mesías. El primero entre vosotros será vuestro servidor. El que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido.
Mt 23, 10-12
Qué hermosa fiesta la de hoy, y qué propensa a ser mal entendida o rebajada en su inestimable valor para el cristiano. Algunos buscadores desorientados dicen que es sensiblera, solo apta almas simplonas y mediocres. Hay quien se queda en la superficie, en la iconografía kitsch de otras épocas, o en las sencillas, benditas oraciones infantiles. Incluso, ojalá me equivoque, habrá quien sonría con superioridad ante esta devoción profunda y transformadora. Si alguien lo hace, ojalá me equivocara, será precisamente algún alma simplona y mediocre que, incapaz de sentir el Misterio del Sagrado Corazón, se ha quedado en lo accesorio o en los añadidos populares; alguien que, acaso frustrado por su propia pereza y comodidad, tal vez hace tiempo renunció al único verdadero Maestro, para sustituirlo por un falso maestro, limitado y ególatra, incapaz de humillarse o de servir, ciego que guía a otros ciegos hasta que caen, todos, al abismo.
Cedo la palabra a Dietrich von Hildebrand para que despierte en nosotros algunas de las infinitas resonancias que lo que hoy celebramos puede suscitar en los humildes y limpios de corazón.
Cedo la palabra a Dietrich von Hildebrand para que despierte en nosotros algunas de las infinitas resonancias que lo que hoy celebramos puede suscitar en los humildes y limpios de corazón.
"Frente a la verdadera gloria del Sagrado Corazón en el que brillan todos los tesoros de conocimiento y sabiduría, la deformación de muchos himnos resulta patente. Pero el texto y la melodía de estas canciones no solo son incapaces de reflejar el carácter divino y transfigurado del Sagrado Corazón, en el que habita toda la plenitud de la divinidad, sino que incluso presentan al Sagrado Corazón como un corazón mediocre y sentimental desde el punto de vista humano. Esta deformación ha suscitado en muchas personas un rechazo comprensible pero exagerado, ya que identifican la deformación con la devoción al Sagrado Corazón. En vez de reconocer la verdadera naturaleza del Sagrado Corazón, tanto su cualidad divina como el reflejo del misterio de la Encarnación, hay quien considera que el simple hecho de la existencia de la devoción al Sagrado Corazón produce automáticamente estas deformaciones.
Si queremos darnos cuenta de la naturaleza y profundidad de esta devoción y de su carácter litúrgico clásico, resulta necesario desenmascarar las deformaciones y falta de autenticidad características de muchas formas populares de esta devoción que encuentran expresión en ciertos himnos, formas artísticas e incluso oraciones.
Pero nuestro intento de comprender el Sagrado Corazón posee más importancia y un carácter más positivo que la mera corrección de deformaciones. Aumentar nuestro conocimiento, alcanzar un conocimiento más íntimo del Sagrado Corazón, es algo muy valioso en sí mismo. Considerar al Sagrado Corazón en su gloria inefable y adorarlo es de la mayor importancia.
También resulta indispensable para comprender todas las implicaciones que se contienen en la oración “haz nuestro corazón a la medida del tuyo” (Fac cor nostrum secundum cor tuum). Si queremos comprender la transformación en Cristo a la que nuestros corazones están llamados, nuestros ojos deben ver al Sagrado Corazón en su cualidad transfigurada, como la epifanía de Dios.
Nuestra transformación depende de nuestra comprensión de una verdadera imagen de Cristo y de su Sagrado Corazón. En la medida en que proyectemos nuestra propia mediocridad y pequeñez en el Sagrado Corazón y nos alimentemos con esta imagen, permaneceremos aprisionados en esta mediocridad, en vez de elevarnos y transformarnos. Aquí, como en muchos otros lugares, nos enfrentamos con el peligro de adaptar la revelación a nuestro estrecho horizonte, y deformarla de tal modo que desaparezca la necesidad de transformarnos. En vez de captar el verdadero rostro de Cristo y la llamada a transformarnos, en vez de dejarnos elevar por el amor del auténtico Dios-Hombre, perdemos la posibilidad de confrontarnos con la epifanía de Dios."
Dietrich von Hildebrand
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