6 de noviembre de 2011

Velad, porque no sabéis el día ni la hora






Evangelio de Mateo 25, 1-13

         En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos esta parábola:
         El Reino de los Cielos se parecerá a diez doncellas que tomaron sus lámparas y salieron a esperar al esposo. Cinco de ellas eran necias y cinco eran sensatas. Las necias, al tomar las lámparas, se dejaron el aceite; en cambio, las sensatas se llevaron alcuzas de aceite con las lámparas. El esposo tardaba, les entró sueño a todas y se durmieron. A medianoche se oyó una voz:
         ¾ ¡Que llega el esposo, salid a recibirlo!
         Entonces se despertaron todas aquellas doncellas y se pusieron a preparar sus lámparas. Y las necias dijeron a las sensatas:
         ¾ Dadnos un poco de vuestro aceite, que se nos apagan las lámparas.
         Pero las sensatas contestaron:
         ¾ Por si acaso no hay bastante para vosotras y nosotras, mejor es que vayáis a la tienda y os lo compréis.
         Mientras iban a comprarlo llegó el esposo y las que estaban preparadas entraron con él al banquete de bodas, y se cerró la puerta.
         Más tarde llegaron también las otras doncellas, diciendo:
         ¾ Señor, señor, ábrenos.
         Pero él respondió:
         ¾ Os lo aseguro: no os conozco.
         Por tanto, velad, porque no sabéis el día ni la hora.




            Comentarios al Evangelio de hoy, por Santa Gertrudis de Helfta (1256-1301), monja benedictina, y Enrique Martínez Lozano. Dos miradas, dos comprensiones, dos sensibilidades muy diferentes, pero no contrapuestas, que nos recuerdan que Dios es todo en todos (1 Corintios 15, 28).


                             ¡QUE LLEGA EL ESPOSO! SALID A RECIBIRLO

            Mi Dios, mi dulce Noche, cuando me llegue la noche de esta vida, hazme dormir dulcemente en ti, y experimentar el feliz descanso que has preparado para aquellos que tú amas. Que la mirada tranquila y graciosa de tu amor organice y disponga con bondad los preparativos para mi boda. Con la abundancia de tu amor, cubre la pobreza de mi vida indigna; que mi alma habite en las delicias de tu amor, con una profunda confianza.  ¡Oh amor, eres para mí una noche hermosa, que mi alma diga con gozo y alegría a mi cuerpo un dulce adiós, y que mi espíritu, volviendo al Señor que me lo dio, descanse en paz bajo tu sombra. Entonces me dirás claramente: "Que viene el Esposo: sal ahora y únete a él íntimamente, para que te regocijes en la gloria de su rostro". ¿Cuándo, cuándo te me mostrarás, para que te vea y dibuje en mí, con deleite, esta fuente de vida que tú eres, Dios mío? (Isaías 12,3) Entonces beberé, me embriagaré en la abundante dulzura de esta fuente de vida de donde brotan las delicias de aquel que mi alma desea (Sal 41,3). ¡Oh, dulce rostro, ¿cuándo me colmarás de ti? Así entraré en el admirable santuario, hasta la visión de Dios (Sal 41,5); no estoy más que a la entrada, y mi corazón gime por la larga duración de mi exilio. ¿Cuándo me llenarás de alegría en tu rostro dulce? (Salmo 15,11) Entonces contemplaré y abrazaré al verdadero Esposo de mi alma, mi Jesús. Entonces conoceré como soy conocida (1 Corintios 13,12), amaré como soy amada; entonces te veré, Dios mío, tal como eres, en tu visión, tu felicidad y tu posesión bienaventurada por los siglos.
                                                                                          Santa Gertrudis de Helfta




DE  LA  INCONSCIENCIA  A  LA  LUZ

Sabemos que Mateo organiza la enseñanza de Jesús en cinco grandes discursos, mostrándolo, una vez más, como el “nuevo Moisés”, al que se creía autor de los “cinco libros” (Pentateuco) de la Torá.
El último de ellos es el “escatológico” y ocupa el capítulo 24. A continuación, el evangelista recoge cuatro parábolas que insisten en la actitud de la vigilancia: en la necesidad de “estar despiertos” y de “dar fruto”. Una de ellas es la que leemos hoy.
 El trasfondo de la parábola es la boda; en concreto, la costumbre de que unas jóvenes, con lámparas encendidas, recibieran al esposo que llegaba con la novia.
En la tradición bíblica, la “boda” es imagen del “banquete escatológico” y, en la literatura evangélica, puede ser símbolo también del Reino de Dios. Los dos grupos de doncellas hacen referencia a las dos posibles actitudes ante esa buena noticia: una sabia o sensata; la otra, necia o ignorante.
Desde nuestra perspectiva, cuando nos acercamos a una parábola –como a un cuento o a un sueño-, no parece apropiado hacer una lectura literalista. Se trata, más bien, de un relato metafórico-poético, realista, pedagógico-impactante e inacabado o abierto. Por tanto, ni hay que buscar una “explicación” exacta para cualquier elemento, ni hay que leerla en clave moralizante ni, mucho menos, mítica.
En el relato que nos ocupa, la alusión a que unas jóvenes –precisamente las que se presentan como “sensatas”- se nieguen a compartir el aceite con las otras no tiene ninguna relevancia; se trata, sencillamente, de una “necesidad” del relato.
Del mismo modo, me parece que una lectura mítica y meramente moralizante lo empobrece, convirtiéndolo en una “historia ejemplar” a la que imitar.
Desde mi punto de vista, una lectura ajustada debe arrancar de esta constatación: esta parábola está leyendo mi vida. Y la está leyendo justo ahora, en este preciso momento. Esta doble referencia –a la propia realidad y al momento presente- puede ofrecernos una clave que garantice una lectura profunda, regalándonos la riqueza que la parábola contiene.
La “boda” –el “banquete mesiánico”, el “reino de Dios”, la Plenitud…- es ahora. Nuestra mente no puede verlo así, porque para la mente (para el yo), el presente siempre es imperfecto. Dado que el yo no puede vivir en el presente –cuando se acalla el pensamiento, se disuelve-, proyecta al futuro la felicidad que desea, imaginando que la plenitud se ha de hallar en algún otro momento y otro lugar. 
El presente y el yo se excluyen mutuamente. Esta simple constatación nos ofrece pistas interesantes. No podré experimentar la plenitud del presente mientras esté identificado con mi yo. Todo malestar emocional o sufrimiento inútil es signo de que me he escapado del presente y he vuelto a encerrarme en alguna “historia” mental que mi yo ha tomado como cierta. Por tanto, todo ello se convierte en “alerta” que me avisa de la necesidad de “volver” al momento presente, detener cualquier historia y abrirme a percibir mi verdadera Identidad.
Al descubrirla, nos descubrimos también participando de la “boda” en este mismo momento. ¡Detén la mente! ¡Suelta cualquier “historia mental”! ¿Qué te falta?
Esta es la actitud sabia, simbolizada en las “vírgenes sensatas”; lo contrario –enroscarse en “historias” interminables que giran en torno al ego y a sus diferentes mecanismos- es permanecer “dormidos”, en la ignorancia de quienes somos y, por tanto, en el sufrimiento: es la actitud inconsciente, representada por las “vírgenes necias” (de “nescio”, literalmente “no sé”).
Unas y otras, sensatas y necias, no simbolizan a grupos humanos –como podrían ser, según algunas predicaciones que aún se escuchan, “creyentes” y “ateos”-, sino actitudes que conviven en cada uno de nosotros.
En nosotros hay una parte sabia capaz de “ver” la verdad de las cosas, y en nosotros hay también una parte necia que nos reduce al yo. Cuando es ésta la que manda, quedamos a merced de los pensamientos y de los vaivenes emocionales, confundidos e inermes. Por el contrario, cuando tomamos distancia de la mente y de las emociones –no evitándolas pero tampoco reduciéndonos a ella-, cae el velo del pensamiento y aparece la comprensión, es decir, la sabiduría.
La parábola es una invitación a hacer este tránsito: desde el parloteo mental interminable (que nos encierra en la inconsciencia y el sufrimiento) a la “atención plena” –los propios psicólogos y médicos están insistiendo cada vez más en sus beneficios-, que nos ancla en la sabiduría que nace de permanecer en el presente.

                                                                                      Enrique Martínez Lozano



LEGÍTIMA AMBICIÓN

Que tampoco mis versos
            se conformen con la luz
            siempre vaga y efímera del sueño.

            Que se atrevan a asomarse
            a ese abismo con su vértigo
            por ver qué hay más allá,
            por trascender la luz
            que se posa en los colores fugaces,
            en las formas variables de lo material.

            Y alcanzar la llama victoriosa,
            deslumbrante, decisiva,
            que espera generosa al otro lado,
            allí donde la mirada frena
            esa inercia de siglos de ignorancia
            y se detiene y ve
            un resplandor inmenso,
            capaz de iluminar lo más oscuro,
            aligerar lo denso y lo compacto,
            hacer invulnerable lo que aquí
            todavía se rompe o se separa.

 
 
CUANDO LLEGUE EL DÍA

Y cuando llegue el día,
¿qué salvaré de mi cajón de tiempo?
¿Cuántos momentos
podré llamar,
sin duda ni vergüenza,
Vida?

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