29 de septiembre de 2011

La vida va en serio


                Aquella noche estarán dos juntos: a uno se lo llevarán y al otro lo dejarán (...) Ellos le preguntaron: "¿Dónde, Señor?" Él les dijo: "Donde está el cadáver, allí se reunirán los buitres". Lc 17, 34-37










 
 
 
          En Somalia se mueren de hambre, situación de emergencia extrema. ¿Quién es el culpable? ¿Quién, el responsable? Todos y cada uno de los que vivimos bien, mirando hacia otro lado.
-          Todos
-          Cada uno
            ¿Qué es vivir bien? ¿Vivimos realmente bien? ¿O malvivimos, adormecidos en la sobreabundancia material, indolente y hedonista, mientras descuidamos los tesoros que ni los ladrones ni la polilla ni la muerte pueden arrebatar?

    Y el rey les dirá: "En verdad os digo que cada vez que lo hicisteis con uno de estos, mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis". (Mt 25, 40)

           Es hora de abrir el corazón de verdad, de una vez y para siempre. Es hora de tomarse la vida en serio. Y esa vida es la nuestra y la de nuestros hermanos, los del cuerno de África, los de la India y los que encontramos, cada día más, por nuestras calles, pidiendo unas monedas, buscando en la basura, durmiendo entre cartones o intentando vender algún ejemplar de La Farola.

          Dejemos de jugar a las casitas de muñecas o al Monopoly; despertemos. El mundo sufre, la gente muere de hambre y miseria, personas ajenas solo en apariencia están suplicando ayuda, mientras nos dejamos hipnotizar por los gráficos de la Bolsa, las tendencias de la pasarela Cibeles o el último chisme de internet.

          Que la vida iba en serio, uno lo empieza a comprender más tarde..., cantaba Jaime Gil de Biedma. Ojalá lo comprendamos a tiempo, y no lleguemos nunca a escuchar: apartaos de mí, malditos... (Mt, 25, 41).

            Aunque atardece y el día va de caída (Lc 24, 29), aún es de día, y no estamos solos. Trabajemos, compartiendo y amando, mientras tengamos luz.

21 de septiembre de 2011

San Mateo




Escena de El Evangelio según San Mateo, de Pier Paolo Pasolini


          Hoy celebramos la memoria de San Mateo, uno de mis apóstoles preferidos, tal vez porque yo también pasé demasiado tiempo ante el mostrador de los impuestos, dándole al césar lo suyo y lo de Dios. Si somos valientes y coherentes con lo que creemos y sentimos, podemos cambiar, individual y colectivamente, la mesa de los impuestos, símbolo del poder mundano, el egoísmo y la ambición, por la mesa de la Eucaristía, signo de amor y libertad. Solo hace falta seguirle cuando Él nos llama. Y siempre nos está llamando.

          Después del Evangelio, incluyo fragmentos de dos homilías dedicadas a San Mateo por Benedicto XVI y el Cardenal Newman. Esta última no he podido, o no he querido, resumirla más, pero creo que merece la pena.



Caravaggio
La vocación de San Mateo, Caravaggio

 
Mateo 9, 9-13

            Al pasar, vio Jesús a un hombre llamado Mateo sentado al mostrador de los impuestos, y le dijo: "Sígueme". El se levantó y lo siguió. Y estando en la casa, sentado a la mesa, muchos publicanos y pecadores, que habían acudido, se sentaban con Jesús y sus discípulos. Los fariseos, al verlo, preguntaron a los discípulos: "¿Cómo es que vuestro Maestro come con publicanos y pecadores?".
            Jesús lo oyó y dijo: "No tienen necesidad de médico los sanos, sino los enfermos. Andad, aprended lo que significa: “Misericordia quiero y no sacrificios”: que no he venido a llamar a  justos, sino a pecadores".





ID, VOSOTROS TAMBIÉN, A MI VIÑA

          Es San Mateo, Apóstol y evangelista, cuya fiesta litúrgica celebramos hoy, quien narra la parábola del dueño de la vid que llama a los trabajadores a trabajar en su viña. Me complace observar que Mateo lo ha experimentado personalmente. Antes de que Jesús le llamara, fue recaudador de impuestos y por lo tanto, considerado como un pecador, excluido de "la Viña del Señor". Pero todo cambia, cuando Jesús, pasando delante de la mesa de impuestos le dijo: "Sígueme". Mateo se levantó y le siguió. El recaudador de impuestos se convirtió inmediatamente en discípulo de Cristo. Fue el "último" y se convirtió el "primero" ( Mt 20,16), gracias a la lógica de Dios que, ¡afortunadamente para nosotros!, es diferente a la del mundo. "Vuestros pensamientos no son mis pensamientos, dice el Señor por boca del profeta Isaías, y mis caminos no son vuestros caminos".
                                                                                                             Benedicto XVI



EL PELIGRO DE LAS RIQUEZAS

            Para nuestra salud espiritual el más obvio de los peligros está en que la posesión de bienes mundanos prácticamente sustituye en nuestro corazón al Único Objeto al cual debemos suprema devoción.       
            Estas posesiones apelan a las inclinaciones corruptas de nuestra naturaleza; prometen y cumplen su promesa de ser dioses para nosotros, y dioses tan buenos que ni siquiera exigen servicio, sino que, como mudos ídolos, exaltan a quien las adora, sellándolos con la noción de su propio poder y seguridad. Y en esto está su principal y más sutil malignidad.
            Los hombres religiosos son capaces de reprimir, incluso de extirpar, los deseos pecaminosos, la lujuria de la carne y de los ojos, la gula, las borracheras y demás, el amor a las diversiones y placeres frívolos y ostentosos, la indulgencia en los lujos de cualquier tipo; pero en lo que concierne a las riquezas, no es tan fácil deshacerse de la secreta sensación que proporcionan, la de una segura plataforma que nos confiere cierta importancia, cierta superioridad; y en consecuencia, quedan apegados a este mundo, pierden de vista el deber de llevar la Cruz, se entorpecen y ven nublado, pierden delicadeza y precisión de tacto: por decirlo así, la punta de sus dedos se embota para todo lo concerniente a los intereses religiosos y sus perspectivas.
            Desean y quieren servir a Dios, incluso Le sirven en su medida; pero no con las agudas sensibilidades, el noble entusiasmo, la grandeza y elevación del alma, el sentido del deber y el afecto hacia Cristo que lo hacen cristiano, sino que obedecen al modo de los judíos, a quienes no les fue dada otra Imagen de Dios más allá de la creación «comiendo gozosos su pan y bebiendo su vino con un corazón alegre», empeñados en que «sus vestidos fueran blancos en todo tiempo y que no falte en su cabeza el perfume, gozando de la vida con su amada esposa todos los días de su vida fugaz» y «disfrutando de su porción en esta vida» (Eclesiastés 9, 7-9). Desde luego, no digo que el debido uso de las bendiciones temporales de Dios esté mal, sino que hacerlos objeto de nuestros afectos, permitirles que nos engañen respecto del «Marido Único» con el que estamos casados, es confundir al Evangelio con el Judaísmo.
            Pero San Mateo estaba expuesto a una tentación adicional que procederé a considerar; pues no sólo poseía, sino que también estaba comprometido en la persecución de mayor fortuna. Nuestro Salvador parece precavernos contra este peligro adicional en su descripción de las espinas en la Parábola del Sembrador, cuando las pinta como «los cuidados de este mundo y el engaño de las riquezas» y todavía más claramente en la parábola de la Gran Cena, donde los invitados se excusan, uno por «haber adquirido un terreno», y el otro «cinco yuntas de bueyes». Mas claro todavía habla San Pablo en su Primera Epístola a Timoteo: «Los que quieren ser ricos caen en la tentación y en la trampa y en muchas codicias necias y perniciosas que precipitan a los hombres en ruina y perdición. Pues raíz de todos los males es el amor al dinero; por desearlo, algunos se desviaron de la fe y se torturaron ellos mismos con muchos dolores» (Mt. 12, 22; Lc. 14, 18-19; I Tim. 6, 9-10).
            El peligro de poseer riquezas está en que conduce a una seguridad carnal; en cambio el peligro de desearlas y buscarlas está en que un objeto de este mundo es puesto delante nuestro como objeto y fin de la vida.
           Una vida de caza-fortuna es una vida de preocupaciones; desde su inicio existe la temible anticipación de pérdidas que de distintos modos inquietan la mente y deprimen el ánimo; pero más que eso esta ansiedad puede inficionarlo de tal modo que en su persecución de las riquezas y por el remolino de los negocios en que se encuentra envuelto, un hombre puede llegar al extremo de no poder pensar en otra cosa y ya no poder pensar en Dios.
            Podréis oír a hombres hablar como si la obtención de riquezas fuera el negocio propio de la vida. Argumentarán que por las leyes de la naturaleza un hombre está obligado a ganarse el pan para sí y los suyos y que él encuentra una recompensa en proceder así, lo que le da una satisfacción inocente y honorable mientras hace una suma tras otra y recuenta sus ganancias. Y tal vez pueda argumentar aun más, que desde la caída de Adán es obligación del hombre «trabajar con el sudor de la frente» mediante esfuerzo y con ansiedad «para ganar el pan» de cada día. ¡Qué extraño que no recuerden la graciosa promesa de Cristo que abrogó esa maldición original. A fin de que fuéramos librados de la esclavitud de la corrupción, Él expresamente nos dijo que las necesidades de la vida nunca le faltarán a quien fuera discípulo fiel, así como tampoco le faltó comida y aceite a la viuda de Sarepta; que, mientras está obligado a trabajar por los suyos, no tiene por qué quedar atrapado por la solicitud de sus trabajos, que, mientras está ocupado, su corazón pueda estar ocioso para su Señor. «Tampoco andéis afanados por lo que habéis de comer o beber, y no estéis ansiosos. Todas estas cosas, los paganos del mundo las buscan afanosamente; pero vuestro Padre sabe que tenéis necesidad de ellas. Buscad pues antes su reino, y todas las cosas os serán puestas delante» (Lc. 12, 29-31).
            Os he dado pues la principal razón de por qué el afán de ganancias, sea conducida de forma pequeña o a gran escala, resulta perjudicial para nuestros intereses espirituales puesto que fija la mente sobre un objeto de este mundo; pero hay razones adicionales. El dinero es una especie de creación y le otorga a su adquirente, aun más que a quien ya lo posee, una imaginación de su propio poder; y lo inclina a idolatrar su propio yo. Aun cuando su conducta sea enteramente desinteresada y amable (como en el caso del que gasta por el confort de aquellos que dependen de él), aun así, siempre se insinuará una cierta indulgencia para sí mismo, un espíritu de soberbia y orgullo mundano.
          Existen tantas defraudaciones y prevaricaciones convencionales en los detalles del mundo de los negocios, tan intrincados el manejo de sus cuentas, tantos interrogantes perplejos acerca de la justicia y de la equidad, tantos plausibles subterfugios y ficciones de la ley, tanta confusión entre los imprecisos lineamientos de una conducta honesta y de buena ciudadanía, que requiere de una mente muy derecha para mantenerse firme en la obediencia a una conciencia estricta, al honor, a la verdad, y considerar los asuntos en los que está comprometido como si los viera por primera vez, como si fuera un extranjero recién llegado a quien se le ponen por delante todos estos asuntos por junto.
            Con tan melancólica perspectiva de nuestra condición, el ejemplo de San Mateo constituye nuestro consuelo; pues sugiere que nosotros, ministros de Cristo, podemos gozar de gran libertad de palabra y declarar sin reserva alguna que los bienes y las ganancias son peligrosísimos, sin con eso faltar a la caridad con los individuos expuestos a semejantes peligros. Pueden ser hermanos del Evangelista que lo dejó todo por Cristo. Es más, muchos han seguido su ejemplo en todo tiempo; y en proporción a la fuerza de la tentación que los rodea son bendecidos y alabados porque pudieron, entre «las olas del mar» y «el gran saber de su tráfico», oír la voz de Cristo, tomar su cruz, y seguirlo.


                                                                Beato John Henry Cardenal Newman

14 de septiembre de 2011

Exaltación de la Santa Cruz



             

          En aquel tiempo, dijo Jesús a Nicodemo: “Nadie ha subido al cielo, sino el que descendió del cielo, el Hijo del hombre. Lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del hombre, para que todo el que cree en él tengan Vida eterna”. Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él.
 
                                                                                                         Juan 3, 13-17



        Qué fiestas macabras tienen estos católicos -dicen algunos- celebran y exaltan un instrumento de tortura, un patíbulo. Cómo pueden recrearse en un moribundo ensangrentado, cosido a una cruz, habiendo tantas cosas hermosas en el mundo, tantas imágenes de Dios menos cruentas, menos desagradables a la vista. Pues anda que Mel Gibson -recuerdan los mismos- hay que ver qué truculenta la película que le salió; no hacía falta tanto, qué sádico, cómo resalta lo más morboso... Si me hablan del Jesús del Sermón de la Montaña o del Resucitado, bueno, pero ese despojo sanguinolento... Mejor centrarse en un Cristo impersonal -rematan y despachan la cuestión-  al que podamos llegar todos, si nos esforzamos y mantenemos esta energía positiva que nos va limpiando, elevando y transformando según el potencial que ya tenemos...

           Cómo hacerles comprender que, por mucho que se esfuercen, por muchas prácticas y técnicas que lleven a cabo,  aunque trabajaran mil años sobre sí mismos, uno nunca se eleva ni se salva ni se realiza si no es a través de Jesucristo, muerto y resucitado por nosotros. Porque sin Él no podemos nada y con Él lo podemos todo. Aún no comprenden que la magnitud de la deuda exigía un sacrifico infinito. No ven que en esa cruz, además de todo el sufrimiento del mundo, está también clavado todo el amor de Dios, capaz de ver morir a su Hijo en la más tremenda de las agonías, física y moral, para devolvernos lo perdido, lo que nos quitó nuestra soberbia.

           Podemos mirar hacia otro lado, buscar dioses más cómodos de ver o de entender, podemos incluso fantasear con llegar a ser dioses nosotros mismos, solo con nuestro propio esfuerzo. Existen muchas formas de equivocarnos de camino y perdernos para siempre; somos absolutamente libres porque Dios respeta nuestra libertad, sin condiciones. Pero, si queremos aceptar el don inmerecido e inmenso que se nos dio en el Calvario, si queremos unirnos para siempre a Aquel que venció al mundo y a la muerte, el camino siempre pasa por la Cruz. Hasta Nietzsche, en su aparente ateísmo declaró: "Cristo en la cruz sigue siendo todavía el símbolo más sublime". Y San Pablo lo resume en Gálatas 2, 19-20: "Pues por la ley yo he muerto a la ley, viviendo para Dios. Estoy crucificado con Cristo. Y vivo, ya no yo, sino que Cristo vive en mí."


            Tres semblanzas de la Cruz y de lo que en ella nos fue dado, de diferentes tonos y sensibilidades:


            La cruz de Jesús nos ha salvado porque fue el instrumento de su sacrificio. Sacrificio perfecto y de un valor infinito; nada tienen los hombres que añadir a él. Como San Pablo, nosotros debemos vivir en la fe del Hijo de Dios que nos amó y que se entregó por nosotros. Ahora bien, la fe del Apóstol no consistió en una simple adhesión intelectual al ministerio redentor, ni en una recepción reconocedora, pero pasiva, de un don gratuito.
            (…) Nosotros debemos asociarnos activamente al sacrificio de nuestro Jefe. Ciertamente que Él efectuó la redención del mundo una vez para siempre en el Calvario y que esta es ya cosa hecha; sin embargo, no está acabada, pues es preciso que, en la sucesión de los tiempos, los hombres se apliquen los frutos de ella. “La medida de la Pasión de Jesús – decía San Agustín – no estará colmada más que al final del mundo.” Nosotros tenemos que continuar la obra redentora, cuya apuesta es la abolición del pecado; o, por mejor decir, Jesucristo quiere continuarla en nosotros y por nosotros. En la cruz, Jesús no se ha inmolado en nuestro lugar, sino en nuestro nombre, por haberse convertido en uno de nosotros. Con Él, todos los hombres redimidos han ofrecido a Dios el sufrimiento que Jesús experimentaba en su cuerpo y en su alma. Hasta el fin de los siglos, Cristo continuará ofreciendo a Dios su sacrificio, pero lo ofrecerá en cada uno de nosotros, en nuestras adoraciones, en nuestras acciones de gracias, en nuestros apostolados, en nuestros sufrimientos. En este sentido es cómo podía decir el apóstol Pablo que él cumplía su parte de los sufrimientos que Cristo no había soportado todavía (Gal., I, 24) y cómo Pascal podía escribir: “Jesús estará en la agonía hasta el fin del mundo: no cabe dormir durante todo este tiempo”.
                                                                                      Georges Chevrot


El árbol de la cruz
está desnudo y lleno de sangre no tiene flores ni frutos
el viento solloza el llanto del infinito en su única rama
y ese árbol es más bello que los cedros del Líbano
y más bello que los árboles de oro de las Hespérides
ese árbol de la muerte
tiene a Dios enredado en su única rama
y hacia él tienden sus flores y sus frutos
el árbol del paraíso que se perdió
y el árbol del paraíso que se ganará.
  
                                              José Miguel Ibáñez Langlois



         Cuando uno considere de qué modo Aquel que sustenta con su palabra todas las cosas, fue conducido fuera de la ciudad al lugar del Calvario, colgado desnudo sobre la cruz con clavos en las manos y en los pies, herido en el costado con una lanza, obligado a beber hiel con vinagre y soportando todo esto no solo con paciencia, sino rezando además por los que le estaban crucificando, ¿cómo no va a amarle con toda su alma?
           Cuando piense que siendo Dios sin comienzo, nacido del Padre sin comienzo, de la misma naturaleza y esencia que el adorable santísimo Espíritu, invisible e inescrutable, ha descendido, se ha encarnado, se ha hecho hombre y ha padecido todo esto y muchas otras cosas por su causa para liberarlo de la muerte y la corrupción y hacerlo hijo de Dios y semejante a Dios, aunque sea más duro que una piedra y más frío que el hielo, ¿acaso no se ablandará su alma y se inflamará su corazón por amor de Dios? Yo así lo afirmo: que si alguien cree todo esto de corazón y desde el fondo de su alma, al punto su corazón albergará también el amor a Dios.

                                                                                    Simeón el Nuevo Teólogo

8 de septiembre de 2011

Natividad de la Virgen María



[Nacimiento de la Virgen María de Giotto]
Nacimiento de la Virgen María. Giotto


          Lo que evocamos con asombro y gratitud inagotables en Navidad, fue promesa para las generaciones anteriores a Jesucristo. Sin María, la doncella de Nazaret, la profecía no se habría cumplido y no podríamos conmemorar el nacimiento de Aquel que nos abrió las puertas de la Vida. ¿Cómo no considerarla co-redentora?
         Hoy celebramos el nacimiento de la más excelsa de las criaturas, la que hace posible el cumplimiento de la Historia de la Salvación, la segunda y definitiva creación. Hoy nace la Virgen María, en cuyo seno inmaculado encarnará el Hijo, la "solución" más generosa a todos nuestros males.
            Qué arrebato de amor, qué locura inefable la de Dios haciéndose hombre para devolvernos la dignidad y la semejanza con Él. Qué "atajo" se nos ofreció hace dos mil años, al dársenos un Hijo, un Hermano, un Maestro que habla, come, mira, trabaja, descansa y camina, para que podamos ver y sentir a Dios muy cerca, muy dentro, más íntimo a nosotros que nosotros mismos.
            Cómo no enamorarnos locamente de un Dios que ha querido nacer como hombre, para ser hermano nuestro y elevarnos por amor a la dignidad de hijos adoptivos de su mismo Padre. Y cómo no amar a María, madre de Dios y madre nuestra, y agradecerle infinitamente que haya hecho posible este asombroso, impresionante Misterio.


Mateo 1, 18-23.

            El nacimiento de Jesucristo fue de esta manera: María, su madre, estaba desposada con José y, antes de vivir juntos, resultó que ella esperaba un hijo por obra del Espíritu Santo. José, su esposo, que era justo y no quería denunciarla decidió repudiarla en secreto. Pero, apenas había tomado esta resolución, se le apareció en sueños un ángel del Señor que le dijo: "José, hijo de David, no tengas reparo en llevarte a María, tu mujer, porque la criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su Pueblo de los pecados". Todo esto sucedió para que se cumpliera lo que había dicho el Señor por el Profeta: “Mirad: la Virgen concebirá y dará a luz un hijo y le pondrá por nombre Emmanuel, que  significa: "Dios con nosotros".


            Comentario al Evangelio de hoy por San Pedro Damián (1007-1072), ermitaño, después cardenal benedictino de la Iglesia Católica y reformador, doctor de la iglesia:

            ¿Quién es ésta, dice el Espíritu sobre María, que despunta como el alba, hermosa como la luna, refulgente como el sol? Ella surge como la aurora. En el esplendor del mediodía, nuestro primer padre fue hecho a imagen y semejanza de su Creador (Gn1,26). ¿Qué más glorioso para la criatura que parecerse al Creador? Le ha dado la imagen eterna; la semejanza era necesaria: es necesario que el hombre sea similar a su Creador. Sin embargo rechazó el honor de este privilegio..., estaba destinado a la muerte, con toda su descendencia, en las tinieblas. Las tinieblas cubrían toda la tierra, hasta que vino la Virgen. Nadie nos podía sacar de las tinieblas, nadie las podía disipar... Pero con la Virgen surge la Aurora: María anuncia la luz verdadera; por su Natividad hace brillar la más resplandeciente mañana. Es la estrella de la mañana... Es la Aurora que sigue -o bien de la cual nace- el sol de justicia (Ml 3,20), que es el único que la sobrepasa en esplendor. «A ti, Señor, el día» donde Adán ha sido creado; «a ti la noche» (Sal. 73,16) donde fue expulsado de la luz. Eres Tú el que ha creado la Aurora, es decir a la Virgen María, y al Sol, este Sol de justicia que se ha levantado de su seno virginal. Como la Aurora anuncia el final de la noche y marca el inicio del día, así la Virgen disipó la noche sin fin. Y día tras día, proporciona a la tierra al que ha germinado de su Virginidad.
                                                                                 

2 de septiembre de 2011

De ayunos y de bodas


Lucas 5, 33-39.

            En aquel tiempo, dijeron a Jesús los fariseos y los escribas: "Los discípulos de Juan ayunan a menudo y oran, y los de los fariseos también; en cambio, los tuyos, a comer y a beber". Jesús les contestó: "¿Queréis que ayunen los amigos del novio mientras él está con ellos? Llegará el día en que se lo lleven, y entonces ayunarán".  Y añadió esta parábola: "Nadie corta una pieza de un manto nuevo para ponérsela a uno viejo, porque se estropea el nuevo, y la pieza no le pega al viejo. Nadie echa vino nuevo en odres viejos, porque el vino nuevo revienta los odres, se derrama, y los odres se estropean. A vino nuevo, odres nuevos. Nadie, después de haber gustado el vino viejo, quiere vino nuevo, porque dice: “Está bueno el añejo”".


LA ESPOSA DE CRISTO

            "«Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su mujer, y los dos se harán una sola carne. Gran misterio es éste, lo digo respecto a Cristo y la Iglesia» (Ef.5,31-32) Todo esto ya ha sido considerado anteriormente. El texto de la Carta a los Efesios confirma de nuevo la verdad anterior y al mismo tiempo compara el carácter esponsal del amor entre el hombre y la mujer con el misterio de Cristo y de la Iglesia.
            Cristo es el esposo de la Iglesia, la Iglesia es la esposa de Cristo. Esta analogía tiene sus precedentes; traslada al Nuevo Testamento lo que estaba contenido en el Antiguo Testamento, de modo particular en los profetas Oseas, Jeremías, Ezequiel e Isaías. Esta imagen del amor esponsal junto con la figura del Esposo divino —imagen muy clara en los textos proféticos— encuentra su afirmación y plenitud en la Carta a los Efesios (5, 23-32). Cristo es saludado como esposo por Juan el Bautista (Jn 3, 27-29); más aún, Cristo se aplica esta comparación tomada de los profetas (Mc 2, 19-20). El apóstol Pablo, que es portador del patrimonio del Antiguo Testamento, escribe a los Corintios: «Celoso estoy de vosotros con celos de Dios. Pues os tengo desposados con un solo esposo para presentaros cual casta virgen a Cristo» (2 Cor 11, 2). Pero la plena expresión de la verdad sobre el amor de Cristo Redentor, según la analogía del amor esponsal en el matrimonio, se encuentra en la Carta a los Efesios: «Cristo amó a la Iglesia y se entregó a sí mismo por ella» (5, 25); con esto recibe plena confirmación el hecho de que la Iglesia es la Esposa de Cristo: «El que te rescata es el Santo de Israel» (Is 54, 5). En el texto paulino la analogía de la relación esponsal va en dos direcciones que constituyen la totalidad del «gran misterio» («sacramentum magnum»). La alianza propia de los esposos «explica» el carácter esponsal de la unión de Cristo con la Iglesia y, a su vez, esta unión —como «gran sacramento»— determina la sacramentalidad del matrimonio como alianza santa de los esposos, hombre y mujer."

                                                                           Beato Juan Pablo II
                                                        Carta Apostólica  "Mulieris Dignitatem"




                                            EL AYUNO QUE ÉL QUIERE

¿Es acaso ese el ayuno que yo quiero
cuando alguien decide mortificarse?
Inclináis la cabeza como un junco,
y os acostáis sobre saco y ceniza.
¿A eso lo llamáis ayuno,
día grato al Señor?
El ayuno que yo quiero es este:
que abras las prisiones injustas,
que desates las correas del yugo,
que dejes libres a los oprimidos,
que acabes con todas las tiranías,
que compartas tu pan con el hambriento,
que albergues a los pobres sin techo,
que proporciones vestido al desnudo
y que no te desentiendas
de tus semejantes.
Entonces brillará tu luz como la aurora
y tus heridas sanarán en seguida,
tu recto proceder caminará ante ti
y te seguirá la gloria del Señor.
Entonces clamarás
y te responderá el Señor,
pedirás auxilio y te dirá: “Aquí estoy”.
Si alejas de ti toda opresión,
si dejas de acusar con el dedo
y de levantar calumnias,
si repartes tu pan al hambriento
y satisfaces al desfallecido,
entonces surgirá tu luz en las tinieblas
y tu oscuridad se volverá mediodía.

                                                                         Isaías 58, 5-10