22 de abril de 2011

Un sepulcro prestado para tres días

   
        Quiero continuar estas reflexiones de Semana Santa, recurriendo de nuevo al inolvidable Ramón Cue, jesuita de pluma audaz y alma lírica, que viaja como nadie al centro del corazón de Jesús, para transmitirnos su latido más cierto y acercarnos a Él como el amigo, el hermano, el maestro amoroso que es.

          Hoy es un día aparentemente oscuro, día de sepulcros y ausencias, día de luto y llanto contenido, día aciago que se ha vuelto noche. Pero, sin esta larga noche necesaria, no hubiera podido amanecer el día del triunfo definitivo contra la muerte. 

            "Jamás hubo en el universo tanta inmovilidad como en aquellos tres días no completos en que un sepulcro, pasmado y sin aliento, contenía el cadáver de Dios.
            Todo parecía contagiarse de su letal reposo.
            Pero eran sólo apariencias. En realidad, Jesús andaba muy atareado llevando su respuesta a un mundo trágico que desde hacía siglos, desde el primer hombre muerto en la tierra, se había quedado sin palabras y aguardaba una respuesta, que nadie jamás había osado ni había logrado dársela: el mundo de los muertos.
            Cuando Cristo muerto visitó a los muertos, se abrió la cárcel, se derrumbó el muro, desapareció el abismo; les llevó la libertad, la palabra, la luz. Era un muerto que había vencido a la muerte y que visitaba a los muertos para llevarles su victoria, que era de todos y para todos.
            La inmovilidad en aquel sepulcro era aparente. Nadie sospechaba en Jerusalén, y menos los escribas y fariseos, que Jesús, mientras tanto, visitaba a los muertos para entonar con ellos un himno, sin réplica, a la Liberación y a la Vida.
            Una visita de Jesús que no ha terminado. Una visita que se perpetúa desde entonces. Una presencia que no se apaga ni se eclipsa.
            Por eso, cuando pasemos al otro lado, al final de nuestro último viaje, nos encontraremos con Jesús, que allí espera, desde entonces, la llegada de todos los muertos.
            Por eso, cuando me entierren, me bajarán a un sepulcro que ya estuvo ocupado por Cristo.
            No hay sepulcros nuevos: nadie estrena tumba. Todas las tumbas fueron ya estrenadas y benditas por Cristo. La compañía de su muerte redentora se adelantó a esperarnos. Nadie duerme solo en su tumba.
            Nunca ha habido un sepulcro más lleno: lo henchía todo el fracaso de Dios. Y nunca ha habido un sepulcro más vacío: todo, con Él, ha resucitado. Ya tienen respuesta los pecadores, los enfermos, los pobres, los oprimidos, los pacíficos, los misericordiosos, los muertos. Todo ha resucitado con Cristo."

                                                                                                          Ramón Cue
                                                                             El Vía Crucis de todos los hombres

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