19 de junio de 2011

La Santísima Trinidad



Bautismo de Jesús en el Jordán
Piero della Francesca
El misterio de Dios, dice San Atanasio, no se entrega a nuestro espíritu a través de discursos elocuentes, sino en la fe y en la oración respetuosa.
Nuestra mente no puede comprender ese misterio, pero podemos contemplarlo, guardarlo en nuestro corazón, como hacía María, nuestra Madre; podemos meditarlo, vivirlo y caminar hacia ese destino único y trinitario para el que hemos nacido.
            Las citas que incluyo a continuación, acerca de la Santísima Trinidad, pueden ayudarnos en la reflexión de hoy, recordando que la mente no llega, pero el corazón intuye y acepta. Como aquella niña que, al ser preguntada en la catequesis de Primera Comunión, dijo con sabia inocencia: "no sé si Dios existe, pero yo creo en Él."


            La Trinidad… he ahí nuestra morada, nuestro hogar, la casa paterna de la que no debemos salir nunca.
                                                                                                     Isabel de la Trinidad


            En el Plan divino todo hombre, sin excepción, ha sido creado para esta comunión familiar con Dios. Nada de extraño, por lo mismo, que el Señor nos describa su reino como un convite familiar. En este banquete Dios no recibirá nada de nosotros. Por el contrario, Dios Trinidad será la saciedad plena y total del hombre, de suerte que ya nada más tendrá que añorar. Las divinas Personas serán para el hombre todo cuanto ha suspirado en este mundo: su luz, su guía, su paz, su justicia y su santidad, su fuerza y su refugio, su amor y su vida.
                                                                                                              N. Silanes

           
            El ser humano real y ontológico halla solo su plenitud en una divinización de todo su ser por la morada en él de la Santísima Trinidad. (…) El hombre “real” es el hombre pleno, con todas sus potencialidades humanas cumplidas únicamente en y por Cristo, el cual es el único que puede actuar en el verdadero ser del hombre, para que finalmente se convierta en afiliado del Padre como un hijo divinizado de Dios, no por su propia naturaleza, sino, como escribe San Pedro, como un “participante de la naturaleza divina”.
                                                                                                      G. A. Maloney


            La Trinidad es lo único necesario, el Valor supremo. Lo que se pone en juego en toda vida humana es la Trinidad ganada o perdida para siempre.
            La historia del mundo es un drama de redención; para unos acabará todo con la visión de Dios, para otros con una desesperación eterna… ¡Cómo cambiaría todo si supiésemos comprender que, a través de nuestros pasos diarios, prosigue la subida de las almas hacia la inmutable Trinidad! Sería preciso colocar en todas las encrucijadas de nuestras grandes ciudades un cartel o una flecha indicadora que nos indicara el porqué del mundo y de nuestra vida. Dirección única: LA TRINIDAD.

                                                                                                          M. M. Philipon


            Tenemos paz con Dios cuando nos transformamos en el Padre por el Hijo; puesto que recibimos en nosotros al Hijo engendrado de él, y en el Espíritu clamamos: Abbá, Padre.
                                                                                                      Cirilo de Alejandría


            Del Hijo y del Padre podemos dibujar los trazos, pero el Espíritu Santo no tiene rostro, ni siquiera nombre susceptible de evocar una figura humana.
            Es imposible poner la mano sobre el Espíritu: se oye su voz, se reconoce su paso mediante signos a veces deslumbrantes, pero no se puede saber ni de dónde viene ni a dónde va. Jamás obra sino a través de otra persona, tomando posesión de ella y transformándola.
            Los grandes símbolos del Espíritu (el agua, el fuego, el aire y el viento) pertenecen al mundo de la naturaleza y no comportan figuras distintas; evocan sobre todo la invasión de una presencia, una expansión irresistible y siempre en profundidad.
                                                                                                             J. Guillet

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