21 de junio de 2011

Oración Centrante. Basil Pennington. II



Seguimos compartiendo apuntes, citas y reflexiones sobre La oración centrante.


Síntesis de La nube del no–saber

            Basil Pennington une fragmentos de este clásico, para reconstruir y sintetizar el método de oración que propone el autor anónimo:

            Siéntate relajado y tranquilo. Es simplemente un deseo espontáneo que brota hacia Dios.
            Centra tu atención y deseo en él, y deja que sea esta la única preocupación de tu mente y tu corazón.
            La voluntad solo necesita una breve fracción de segundo para dirigirse hacia el objeto de su deseo.
            Si quieres centrar todo tu deseo en una simple palabra que tu mente pueda retener fácilmente, elige una breve, mejor que una larga. Pero has de elegir una que tenga un significado para ti. Fíjala luego en tu mente, de manera que permanezca allí, suceda lo que suceda.
            Pon todo tu empeño en esta obra y no fuerces nunca tu mente ni tu imaginación, ya que por este camino no llegarás a ninguna parte. Deja esas facultades en paz.
            Lo mejor es que esta palabra sea totalmente interior, sin un pensamiento definido o un sonido real.
            Que esta palabra represente para ti a Dios en toda su plenitud y nada más que la plenitud de Dios. Que nada sino Dios predomine en tu mente y en tu corazón.
            Puede suceder que tan pronto como un hombre se vuelva a Dios, llevado de su fragilidad humana, se encuentre distraído por el recuerdo de alguna cosa creada o de algún cuidado diario. Pero no importa. Nada malo ha ocurrido: esta persona volverá pronto a un recogimiento profundo.
            Si algún pensamiento te siguiera molestando, queriendo saber lo que haces, respóndele con esta única palabra. Si tu mente comienza a intelectualizar el sentido y las connotaciones de esta “palabrita”, acuérdate de que su valor está en la simplicidad. Haz esto y te aseguro que tales pensamientos desaparecerán.
            Tu obligación es no vincularte a criatura alguna, sea material o espiritual, ni a su citación ni hechos, sean buenos o malos. Para expresarlo brevemente, durante este trabajo has de abandonarlos a todos.


Compartir el don

            A través de los siglos, una y otra vez, los padres y madres espirituales repiten el mismo mensaje salvador: somos oración, somos el hijo para el Padre, hemos recibido el Espíritu, necesitamos estar en silencio, ser quienes somos y dejar a la oración, al espíritu de toda oración, orar dentro de nosotros.
            Recogemos algunos testimonios de estos contemplativos que quisieron compartir su tesoro, sin desvelar nunca del todo el misterio porque, como enfatiza Isaías: secretum meum mihi,  mi secreto, para mí (Is. 24,16, Vulgata).


            Señor Jesucristo, verdad y vida, tú dijiste que en el futuro los verdaderos adoradores de tu Padre serían los que te adoraran en espíritu y verdad: Te ruego que liberes mi alma de la idolatría (de la oración con imágenes).
            Libérala, para que al buscarte no caiga con sus compañeras (la imaginación y la memoria, que son en el hombre los compañeros de la imagen de Dios en él, su libre voluntad) y empiece a vagar tras de sus rebaños (las imágenes que vienen de la imaginación y la memoria) durante el sacrificio de alabanza. No, déjame más bien recostarme a tu lado y ser alimentado por ti al calor de mediodía de tu amor. Por el sentido natural derivado de su primera causa, el alma sueña con tu rostro en cuya imagen ella misma fue creada. Pero bien porque ha perdido o porque nunca ha adquirido el hábito de no recibir otra imagen en su lugar, es receptiva cuando en el momento de la oración se le ofrecen muchas otras imágenes.
            Si te imagino, mi Dios, en cualquier forma o en cualquier cosa que tenga forma, me convierto en un idólatra.
            Pero si a veces en nuestra oración nos cogemos a los pies de Jesús, y atraídos por la forma humana de aquel que es una persona con el Hijo de Dios, desarrollamos un tipo de devoción corporal, no nos equivocamos. Él mismo nos dice: “Os conviene que me vaya. Si no me voy, el Paráclito no vendrá a vosotros.
                    
                                                                                        Guillermo de San Thierry


            En la vida del cura de Ars, Juan María Vianney, hay una historia de un viejo campesino que acostumbraba a pasar horas y horas sentado en la capilla sin moverse y sin hacer nada. El sacerdote le preguntó: “¿Qué haces todas estas horas?” El viejo campesino respondió: “Yo le miro, él me mira, y estamos contentos”.
            Esto solo se puede alcanzar si aprendemos a vivir en silencio. Empieza con el silencio de los labios, con el silencio de las emociones, el silencio de la mente, el silencio del cuerpo. Pero sería un error imaginar que podemos empezar por lo más alto, con el silencio del corazón y la mente. Debemos comenzar por silenciar nuestros labios, por silenciar nuestro cuerpo en sentido de aprender a estar quietos, a dejar la tensión, no para caer en el fantaseo y vaguedad, sino, usando la fórmula de uno de nuestros santos rusos, para ser como la cuerda del violín, afinada de tal modo que pueda dar la nota adecuada, sin estar tan tensa que amenace romperse, ni tan poco que solo haga un ruido sordo. Y desde ahí debemos aprender a escuchar al silencio, a estar absolutamente quietos y, más a menudo de lo que imaginamos, podemos descubrir que las palabras del libro de la Revelación son verdad; “Estoy a la puerta y llamo”.

     Anthony Bloom


            La oración no empieza tanto por la “consideración” como por una “vuelta al corazón”, encontrando el centro más profundo del ser, despertando las profundidades de nuestro ser en presencia de Dios, que es la fuente de nuestro ser y nuestra vida.
            (…) En la oración descubrimos lo que ya tenemos. Empiezas donde estás, profundizas en lo que ya tienes, y te das cuenta de que ya estás ahí. Ya tenemos todo, pero no lo sabemos y no lo experimentamos. Todo se nos ha dado en Cristo. Lo que tenemos que hacer es experimentar lo que ya poseemos. El problema es que no nos tomamos el tiempo para hacerlo.
(…) Por gracia somos Cristo. Nuestra relación con Dios es la de Cristo al Padre en el Espíritu Santo.
No hay niveles. En cualquier momento se puede penetrar en la unidad que es el don de Dios en Cristo. En este punto, la alabanza alaba. La acción de gracias da gracias. Jesús ora. La apertura es todo.

                                                                            Luis de Getsemaní (Thomas Merton)


            Aprender a orar es aprender a pronunciar tu propia palabra sagrada: decirte a ti mismo. Aprender a orar no es aprender un método. Es saber quién eres y ser quien se supone que seas. Tú eres oración. Eres una palabra sagrada y especial de Dios hecha carne.
                                                                                                           Ed Hays


Una nueva envoltura

            Pennington también propone un método muy sencillo, para iniciarse en este tipo de oración:

1º Al principio de la oración, dedicamos uno o dos minutos para acallarnos y después nos movemos en fe hacia Dios que habita en lo profundo de nuestro ser; al final de la oración dedicamos varios minutos para salir, rezando mentalmente el padrenuestro o alguna otra oración.
2º Después de descansar un poco en el centro de un amor lleno de fe, elegimos una palabra sencilla que expresa esta respuesta y empezamos a dejar que se repita dentro.
3º Cuando en el curso de la oración nos hacemos conscientes de cualquier otra cosa, simplemente y con suavidad, volvemos a la presencia del Señor con el uso de la palabra de oración.  

            La palabra de oración puede a veces venir por sí misma o invitarnos a lo que un hermano suyo llama “una rápida”. Como el autor de La nube nos recuerda, el tiempo “puede ser sólo una breve fracción de un momento”, para llevarnos a la eternidad.

            El uso de una palabra de oración es, según Pennington, el método que más nos conviene como cristianos. Dios nos ha hablado y nosotros hemos recibido la Palabra. Si Dios explica su amor elocuentemente en una Palabra humana que es divina, también podemos nosotros responder con una palabra humana que esté divinizada por la fe y el amor en la acción del Espíritu Santo.

            Yo he probado con varias palabras. Durante algún tiempo mi palabra de oración ha sido maranatha, "el Señor viene", como proponen John Main y Laurence Freeman. Aún a veces la uso, es evocadora y llena de resonancias, con la profundidad espiritual del arameo. Pero últimamente mi palabra es ya casi siempre Jesús. La repito hasta que ya no hay nada más, hasta que la palabra vuelve a la Palabra, llevándome consigo.
                       
            Pennington nos recuerda que en la oración buscamos a Dios. No buscamos la paz, la quietud, la tranquilidad o la iluminación; no buscamos nada por nosotros mismos. Buscamos darnos a nosotros mismos o más bien, nos damos, incluso sin prestarnos atención, de manera que toda nuestra atención está en aquel a quien damos: Dios. Él es el todo de nuestra oración. Si los pensamientos e imágenes y sentimientos revolotean por nuestra cabeza y nuestro corazón, no importa. No les prestemos atención; no pretendemos deshacernos de ellos del mismo modo que no pretendemos mantenerlos. A medida que nos damos en amorosa atención a Dios, se los damos a él, y le dejamos hacer con ellos lo que quiera.

Es expresivo en los ejemplos. Una vez, una monja le preguntó a santa Teresa cómo hacerse contemplativa. La gran maestra de oración replicó: “Hermana, diga el padrenuestro, pero tómese una hora para hacerlo”.

Propone dos posibles inicios, para expresar el movimiento de fe y amor:

         A.- Señor, creo que estás verdaderamente presente en mí, en el centro de mi ser, creándome en tu amor. En estos pocos minutos quiero ser completamente para ti. Atráeme, Señor, a tu presencia. Déjame experimentar tu presencia y amor.

         B.- Jesús, tú estás verdaderamente presente en el centro de mi ser. Te amo, Señor. Soy uno contigo en tu amor. Jesús, sé mi todo. Jesús atráeme a ti. Jesús. Jesús.

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