6 de abril de 2012

Morir con Él


            ¿Nos atrevemos a morir con Él para poder resucitar y alumbrar nueva vida? ¿Nos dejamos fascinar, llenar y transformar por su enseñanza y su ejemplo, hasta el punto de seguirle hasta el final?
            No van a torturarnos ni a clavarnos a una cruz, solo se nos pide que le sigamos en el amor y que, como Él, perdonemos sin límite y amemos sin reservas. Pero para amar de verdad, con el corazón abierto y generoso de los hijos de Dios, para vivir el amor consciente e incondicionado que somos, hace falta que algo muera en nosotros, precisamente lo que no somos en esencia, lo que nos lastra y esclaviza, lo que nos mantiene aferrados a la representación de este mundo, que ha de pasar, que ya está pasando.
Creemos en Jesucristo, le amamos como podemos o sabemos, queremos ser sus discípulos… Pero a casi todos nos falta un “empujón final”, una asignatura pendiente e imprescindible que nos permita comprender el mensaje del Maestro en toda su profundidad, el amor a Dios y el amor al prójimo, que a veces nos queda tan grande, tan lejano, o solo tan incómodo para nuestro egoísmo.
Para poder asimilar la dimensión de la resurrección a la que estamos llamados, y empezar a experimentarla ya, ahora, con su poder transformador, necesitamos haber atravesado la muerte previa a la muerte física, la que hace posible el segundo nacimiento del que Jesús habló a Nicodemo, y a todos nosotros. Tenemos que mirarnos por dentro, sin excusas ni mentiras, implacablemente, y renunciar, aunque cueste, aunque duela, a todo aquello que sobra, que estorba, que nos falsea y deforma, que endurece y cierra el corazón.
Solo así, muriendo antes de morir, podemos llegar a ser verdaderos discípulos, dispuestos a beber Su cáliz, necesario para experimentar la aurora de un nuevo día.


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